Aquella mañana Esperanza se levantó temprano y eligió un sencillo vestido blanco, no quería excesos. Además, pensó, el blanco no sólo me sienta bien sino que es premonitorio de nuevos tiempos, hoy es el primer día de mi nueva vida. Iba a cerrar de golpe una puerta y no albergaba dudas de que concluir etapas siempre llena de expectativas la mente y de melancolía el corazón. Pero la suerte estaba echada, ahora es el momento, se repitió a sí misma ratificando su decisión. Me digan lo que me digan, no voy a dar un paso atrás. ¡Pues buena soy yo!
Poco antes de mediodía el coche oficial la dejó a las puertas de la presidencia del gobierno y entró en el despacho con su mejor sonrisa. Tras los dos besos protocolarios se sentaron. Rajoy estaba expectante, no sabía de qué quería hablarle Esperanza aunque él aprovecharía para convencerla de que debía ser un poco más comprensiva, al menos en público, ya que contra su voluntad y por culpa de la dichosa herencia recibida él tenía que tomar decisiones dolorosas. Había pensado decirle que era el momento de la unidad y de la fortaleza dentro del partido, la realidad nos está abrumando, pero no hay que perder la esperanza (nunca mejor dicho), pues no hay mal que cien años dure. De lo del etarra Bolinaga, evitaría hablar. Sabía que ella se mostraría intransigente en ese punto, así que trataría de lidiar el toro como fuera. Esperanza, tras la primera frase atajó, como era su costumbre, por el camino de en medio y sin rebozo alguno le espetó al presidente del gobierno su decisión irrevocable de dimitir. Lo tranquilizó, a renglón seguido, aclarándole que no debía preocuparse. Ella alegaría motivos personales que todo el mundo comprendería y, por supuesto, al menos, de mis palabras –insistió- nadie podrá deducir divergencia alguna con el partido ni con el gobierno aunque las especulaciones Mariano no podrán evitarse y menos con la canalla que hay en la prensa. Espero, -añadió- que mi relevo se haga ordenadamente como yo he previsto para evitar daños irreparables al partido y no añadir más tensiones teniendo en cuenta la cantidad de problemas que ya tienes. ¿No te parece?
Mariano se había quedado estupefacto, aunque todavía acertó a pedirle que se tomara unos meses antes de hacer pública decisión alguna. Si dice que sí, gano tiempo para preparar el relevo, pensó. -No, presidente, no. La decisión es mía y está tomada. Se levantó del sofá y le deseó mucha suerte: -Te va a hacer mucha falta, presidente, soy consciente de que en los próximos meses se te avecina un tsunami, ojalá no te arrolle. (Aunque dijo eso, puede que pensara lo contrario). Cuando salió del despacho una inmensa tranquilidad con tintes de regocijo inundó todo su cuerpo. La prensa le esperaba, aunque nadie sospechaba lo que pensaba anunciar. La salud y la familia, no eran una excusa, lo sentía de verdad pero iban a ser un buen parapeto para que nadie pudiera acusarla de hacer daño al partido. Además anunciaría que pedía el reingreso en su trabajo, lo consideraba otra forma de reconciliarse con la gente que tanto insulta a los políticos en estos tiempos. Volvía al lugar de donde salió. ¿Alguien da más?
Al otro lado de la puerta que Esperanza había cerrado, Mariano, cuya principal máxima política es que siempre que llueve escampa, encendió un puro y decidió que ante este contratiempo haría lo de siempre: punto en boca, esperar y ya amanecerá. No hay mal que por bien no venga, mientras hablan de Esperanza se olvidan del dichoso rescate. Él, que se sentía el principal admirador de don Tancredo, invocó a su buena suerte con la esperanza de que quizás el toro pasara sin verlo.