En este clima de tristeza ambiental que invade nuestros pueblos y ciudades propuse la semana pasada crear el Club de los Ciudadanos Descreídos que pese a tanto desatino creen que España tiene futuro. Esta semana tras conocer la encuesta del CIS que sitúa a la clase política como tercera preocupación de los españoles creo que urge fundarlo y comenzar tomar medidas, ya que el traje democrático que nos dimos los españoles cuando se aprobó la Constitución de 1978 cruje por todas sus costuras después de tanto manoseo.
Yo no creo que la gente haya dado la espalda a la política, la mayoría sabe que la política es el único contrapeso posible que puede limitar legítimamente la dictadura injusta y sin corazón del poder económico que hoy por hoy triunfa sobre el poder político hasta llegar a someterlo, por la incapacidad y los titubeos de los que debieran protegernos de los abusos y extralimitaciones de los que jamás rinden cuentas. Por otro lado la mayoría de los ciudadanos no ha dado la espalda al sistema democrático, sabe que otro camino sólo lleva a la imposición de mordazas y a supresión de las libertades. Por tanto, muy al contrario de lo que muchos sostienen, la gente no ha huido de la política sino de unos políticos que creen que no les representan porque además de mentirles reiteradamente no entienden la naturaleza de sus problemas ni la materia de sus anhelos vitales.
Estoy convencida de que muchos ciudadanos lo que añoran es otra forma de ejercer la política y una clase de políticos que estén más atentos a la búsqueda de soluciones que al desprestigio, casi siempre inútil, del adversario. La mayoría de los ciudadanos están viviendo situaciones límites, se encuentran inmersos en una incertidumbre creciente, en los centros de trabajo la presión es enorme por múltiples causas, despidos, estrés, condiciones laborales adversas incrementadas por los crecientes impagos, retraso en el pago de nóminas, desempleo, filas inmensas en la cola del INEM, pérdida de prestaciones y en muchos casos se vive en un enorme desamparo y en el límite de la exclusión social. El ciudadano lo único que ve a su alrededor es un enorme incendio y la columna de humo es tan grande que parece que ha estallado la bomba de Hiroshima y en vez de ver a sus representantes acudir corriendo con una manguera a minimizar el siniestro, observan atónitos como agarran la manguera se levantan los cascos y se ponen a discutir como locos sobre el origen del incendio, la cantidad de agua de la cisterna, la conveniencia de esperar a los bomberos del pueblo de al lado o sobre quién debe dar la orden de abrir la válvula para activar la manguera y mientras los dueños de la instalación, es decir, nosotros, el pueblo soberano vemos que si la situación se prolonga no quedara ni rastro de nuestro suelo patrio para recuperar el futuro.
Nos están dejando sin esperanza y por si fuera poco, en un enorme ejercicio de cinismo estos días, de forma colegiada y corporativista, la mayoría de la clase política se ha escandalizado porque un juez ha decidido dos cosas: no encausar a los convocantes de una protesta frente al Congreso de los Diputados y constatar que la clase política tiene un tufillo decadente que apesta. Pues bien, se han molestado porque les han dado una bofetada en su mandíbula de cristal, ellos que tan esforzadamente dicen trabajar por nosotros creen que no les comprendemos cuándo su trabajo consiste en que ellos nos entiendan a nosotros. No pueden soportar que se proteste libremente en las calles porque confunden el legítimo derecho de manifestación con un golpe de estado. Casi nada. Yo creo que en vez de rasgarse las vestiduras lo que debieran hacer es remangarse, ponerse ropa de trabajo, sujetar la manguera y apagar el incendio. Cuando lo hayan sofocado prometemos aplaudirles. Nosotros sí cumpliremos nuestra promesa.