Al final, ya lo verán, para conseguir limpiar esta atmósfera sórdida de corrupciones variadas y miserias morales que recorre España de Oeste a Este y de Norte a Sur va a tener que producirse no una borrasca social sino una tormenta que regenere el ambiente irrespirable en el que vivimos. Como dice el cantautor-poeta Pablo Guerrero, “hay que doler de la vida hasta creer que tiene que llover a cántaros”. Eso creo yo, que duele tanto lo que vivimos que urge tocar a rebato para iniciar un período histórico de limpieza general y regeneración de nuestro sistema democrático.
Repasen ustedes conmigo las noticias de la última semana. Según los últimos datos de Eurostat en España se superaron en noviembre los 6,1 millones de parados, un 26,6% de la población activa, es decir, un podio lacerante de deshonor para un país desgarrado por esta enorme tragedia social. Mientras tanto nuestros representantes políticos, creadores de opinión y otros grupos de presión están más entretenidos en analizar los riesgos que tiene fragmentar en trocitos una patria que ya ha segregado a la exclusión social a una cuarta parte de su población. Para echarlos a la lista del paro no ha sido necesario ningún referéndum de autodeterminación, han sido separados de su modesto bienestar sin ninguna esperanza y los jóvenes están huyendo por las fronteras con el título bajo el brazo. Mientras, no veo a nadie esforzándose en taponar esta herida que nos desangra y que no es sino la evidencia de un gran fracaso político pero también colectivo. Nuestro tejido productivo se ha autodestruido al poner el acento del crecimiento económico únicamente en la especulación inmobiliaria y no somos capaces de sustituir ese motor de crecimiento averiado por la avaricia. A ello han contribuido políticos, banqueros y todo tipo de amantes de la rentabilidad máxima en el menor plazo posible, una suerte de inmoralidades cotidianas tejidas al amparo de nuestro silencio poblaron la España de Jauja que se había construido. Cosas como principios éticos, actitudes morales, hacer lo que es debido, contribuir a la hacienda pública, trabajar por el bien común eran cosas que producían mucha risa en unos círculos donde a quien más se adulaba era al que más dinero había amasado casi siempre de forma ilícita y con seguridad de forma poco ética.
Ahora que hemos despertado de la extraña ensoñación, descubrimos que hemos vivido en una enorme ciénaga moral de corrupciones e indecencias, de aparentes legalidades muy alejadas de lo que la ética aconseja. Por eso frente a la terrible cifra de 6,1 millones de parados tenemos que recordar que hay más de 300 políticos imputados en casos de corrupción, tropecientos directivos de cajas de ahorros encausados por quebrar las entidades haciendo favores a los amigos, dirigentes de Unió Democrática de Cataluña acaban de reconocer su financiación ilegal evidenciando la escasa transparencia contable de los partidos políticos, se indulta a alcaldes condenados por prevaricación urbanística y a policías condenados por torturas… Y como guinda, al tiempo que nos enteramos de que te pueden emplumar por ayudar a un inmigrante ilegal a sobrevivir, se hace público que Rodrigo Rato después de huir del Fondo Monetario Internacional y quebrar Bankia, tras estafar a miles de ahorradores, va a ser nombrado asesor de Telefónica, la empresa que él mismo privatizó siendo ministro. Favor con favor se paga y así está el país.
No nos engañemos los condimentos habituales del guiso son siempre los mismos e igual que el perejil aliña todas las salsas en España parece que todo se endulza con un toque de corrupción, un golpecito de mirar para otro lado, una larga lista de contactos en las alturas y cara mucha cara. Dudo que este país sobreviva si no se sacude antes todo este merengue en el que nadamos. Insisto, para recuperar la moral como país hay que recuperar antes la ética como principio activo de nuestra nación y para ello creo que tiene que llover… a cántaros.
Tiene que llover a cántaros (clika para escuchar la canción de Pablo Guerrero)