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La inocencia naufragada

          Ya se sabe que no hay cosa más terrible en esta vida que sucumbir en las turbulentas aguas del olvido. Éste es el destino de muchas noticias por impactantes que parezcan y así ocurrirá con la historia de la adolescente Leonarda Dibrani, la niña gitana escolarizada en Francia y detenida para su deportación mientras participaba en una excursión escolar. Su historia ha dado la vuelta al mundo y ha puesto de manifiesto varias realidades superpuestas en una Europa cada vez menos civilizada y menos garante de los derechos humanos.

           Lo que está ocurriendo frente a las costas de Lampedusa nos sigue mostrando la injusta e inútil aplicación de leyes que son democráticas solamente por la forma en que fueron aprobadas, pero cuyo contenido es más que censurable a la vista de la Carta de los Derechos del Hombre. Europa tolera leyes que penalizan incluso a quien se conmueve ante una tragedia y presta su ayuda a un ser humano que ha sobrevivido a un naufragio y a las mafias que trafican con su vida. Lo que ha ocurrido con Leonarda es, en realidad, otra cara del mismo fenómeno político y social que está invadiendo Europa de punta a cabo. Las posturas extremas y viscerales de una parte de la sociedad europea culpan a la inmigración de todos sus males sin pararse analizar que el mal que padecemos no viene de abajo sino de arriba, de la estructura del propio sistema. Estamos ante la degeneración de un capitalismo, cada vez más especulativo y menos productivo, que con la complicidad de nuestros gobiernos está devolviendo a nuestras acomodaticias sociedades a épocas previas a la revolución industrial. En el pasado los desempleados se agolpaban a las puertas de las fábricas o en las plazas de los pueblos para que el dedo del patrono les seleccionara para una jornada laboral o dos con mucha suerte. Ahora casi pasa lo mismo, el currículo de millones de parados se echa en los buzones de las fábricas o viaja por internet a la velocidad de la luz compitiendo con otros tantos millones de esperanzas de que sean, no ya seleccionados, sino simplemente leídos. No es de extrañar que en este clima de incertidumbres el miedo al futuro crezca tanto como la ultraderecha en Grecia, en Austria, en Alemania, en Italia, en España y también en la república francesa, madre de la revolución.

          La expulsión de Leonarda ha coincidido con una encuesta que pone al partido de Marine Le Pen a la cabeza de la intención de voto en Francia. Un escalofrío ha recorrido las columnas vertebrales de los partidos tradicionales y, al igual que ocurre en otros países de Europa, el miedo a perder las elecciones hace que todos los partidos políticos, con el apoyo mayoritario de la población, se alineen con posturas a veces muy alejadas del ideario político que se les supone. Si sorprende que tres de cada cuatro franceses apoyen la medida ordenada por el ministro del interior Manuel Valls más asombra que sea un gobierno socialista el que se aleje de postulados propios de los principios de solidaridad,  igualdad y fraternidad que debiera practicar.

            La expulsión de la familia de Leonarda, ha sido tan rocambolesca que el propio presidente de la República, Hollande, ante la intensidad de las protestas, ha ofrecido a Leonarda la posibilidad de volver a Francia sola, sin su familia. Se trata de otro despropósito incomprensible que no lava la cara del gobierno socialista aunque impulse la popularidad del ministro del interior. Algunos creen que la labor de los partidos políticos no es tratar de transformar la sociedad desde unos principios inalterables porque son moral y éticamente irreprochables y, por tanto, perdurables en el tiempo porque protegen derechos universales, sino que están para salvaguardar el sillón aunque los principios se precipiten al cubo de la basura sin posibilidad de reciclaje. Estamos pues ante “sálvese el que pueda” y ante tan terrible hecatombe es posible que nuestra solidaria inocencia naufrague en una patera en el Mediterráneo.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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