La basura ha sido retirada, pero el hedor persiste. Pese al uso continuado de ambientadores no se consigue eliminar el mal olor y peor sabor de boca que la huelga de recogida de basuras de Madrid ha dejado en el despacho de la alcaldesa, Ana Botella. Los trabajadores han conseguido frenar los despidos aun a costa de parte de sus retribuciones y derechos, pero su lucha no solo ha frenado el desastre social y de gestión que se avecinaba por una contratación municipal que no preservaba la prestación a los madrileños de un servicio público como merece la capital de España. El manirroto Ruiz Gallardón, causante del despilfarro que ha incrementado estratosféricamente la deuda de Madrid, ha felicitado hipócritamente a Ana Botella, pero lo cierto es que el regusto que ha quedado es más de amargura que de triunfo. La gestión del conflicto por su parte no pudo resultar más penosa, pero también más acorde a su concepción de la gestión pública. En primer lugar, como Pilatos eludieron la responsabilidad y la derivaron a empresas y trabajadores. Cuando el conflicto subía de tono y las toneladas de basura se acumulaban, intentaron desacreditar a los trabajadores culpándolos de echar por tierra la imagen de Madrid y de perjudicar a los madrileños. La denigrante propaganda contra los trabajadores no dio los resultados esperados porque en los ciudadanos de Madrid y de toda España germinó mayoritariamente una semilla de comprensión y un sentimiento de solidaridad que se volvió contra una clase política tan incompetente como irresponsable. ¿Cuáles son las causas, de este error de cálculo de Ana Botella y su equipo? La respuesta es bien sencilla, ellos viven al margen de la realidad cotidiana de los hogares españoles en los que el temor a perder el trabajo, estable o precario, aunque diga lo contrario el ministro de Guindos, es tan grande que todo el mundo se pone en la piel del posible despedido y genera una simpatía inmediata con las víctimas propiciatorias de esta crisis que somos todos los trabajadores.
Cuando finalizó el conflicto recordé la huelga conocida como “la Canadiense” en la que se obtuvo en España la jornada de ocho horas. Fue en 1919 y la razón de su éxito fue la solidaridad con cinco trabajadores, inicialmente despedidos, que precipitó una escalada de adhesiones que paralizó Barcelona. Salvando las distancias, los gobiernos debieran comenzar a tomar nota. Esta huelga ha devuelto a muchos la esperanza de que, no todo, es tan inevitable como nos cuentan, que hay margen para frenar tantos desmanes contra los derechos y la dignidad de los trabajadores. Hay más formas de salir de la crisis y no sólo la de la ley del embudo que nos están aplicando. Los datos son estremecedores, según el INE los ingresos de los hogares españoles han descendido a niveles de 2006, aunque los precios no se han frenado. Los ciudadanos se organizan solidariamente alrededor del Banco de Alimentos, Cáritas, la Plataforma Antidesahucios y otras instituciones para ayudar a los miles de hogares por cuya puerta ya no entra el salario sino la pobreza. Yo confío en que esta huelga marque el fin de la resignación y sepamos variar el horizonte de nuestro destino. De momento, el tanteo de goles va a favor de un gobierno cuyo balance de dos años es desolador y que, no contentos con saquear nuestros derechos, están planeando ahora amordazarnos. En boca cerrada ni entran moscas ni salen palabras que griten la verdad y para eso nada mejor que una ley de Seguridad Ciudadana que impone multas y sanciones exorbitantes para quienes se manifiestan, protestan y luchan por preservar sus derechos. Dicen que lo hacen para salvaguardar nuestra libertad, yo creo que es para que no les molesten nuestros gritos pidiendo trabajo, justicia y dignidad. Ellos se están protegiendo pero yo me pregunto, ¿a nosotros quién nos protege de su incompetencia?