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Cuando sube la marea

Conocí al rey Juan Carlos I hace treinta años en Calahorra, cuando realizó su primera visita oficial a La Rioja. Yo siempre he sido republicana, así que antes de ir a recibirlo abrí mi caja, en la que guardo mi colección de pins y miré mi bandera tricolor con cierta sensación de pena pero aceptando la cruda realidad. La dejé en su sitio y me fui al Ayuntamiento para recibir a sus majestades en calidad de alcaldesa de la ciudad. Reconozco y confieso que, desde la noche del 23-F, el rey me caía bien. Su temperamento afable es cierto y así lo percibí en todo momento. He declarado, en otras ocasiones, que siendo republicana me sentía, como muchos españoles, juancarlista y, por ello, siempre le he tenido gran consideración y respeto como Jefe del Estado.

Nadie duda a estas alturas que su figura ha sido muy importante en la transición a la democracia de este país junto a la figura de Adolfo Suárez. Pero tengo la sensación, treinta años después, de que el ciclo de una generación que lideró la transición ha concluido en España. El fallecimiento de Suárez y la abdicación del rey marcan el fin de una etapa que alumbró, con el apoyo y la connivencia de todo un pueblo sediento de libertad. A fecha de hoy, esa democracia que creímos perfecta ha quedado tan marchita y deteriorada por los abusos de los resortes del poder que está pidiendo a gritos un cambio profundo en la arquitectura institucional.

En España han ocurrido tantas cosas y tan terribles en los últimos años que no es posible no darse cuenta de que ya nada será como fue, ni nada se hará como se imaginó. La primera etapa del reinado de Juan Carlos I será recordada en los libros de historia con más elogios que la segunda. Dicen que el rey tomó la decisión de abdicar a primeros de año, es posible, pero no es extraño que la haya materializado unos días después de las elecciones europeas cuando se ha constatado, a través de las urnas, el tremendo malestar que alberga la ciudadanía y la falta de respuestas que estaba recibiendo por parte de todas las instituciones del estado. La evidencia, reiteradamente negada, de que la corrupción está desestabilizando nuestra democracia por ausencia de transparencia y por la impunidad con la que los corruptos actúan y son amparados por sus iguales, lo crean o no, está quebrando no sólo el sistema político sino la paciencia del ciudadano que cada vez tiene más dificultades en su vida cotidiana.

Nadie ha hecho tanto en este país porque la causa republicana florezca con fuerza como los propios interesados en mantener la institución de la Corona. Tampoco es la primera vez en la historia de España que la corrupción mina la credibilidad de la institución monárquica. El rey seguramente ha visto, como más claridad que los partidos políticos mayoritarios, que puede venir una ola pidiendo cambios con tal fuerza que resulte imparable. Si varían las mayorías parlamentarias pueden modificarse las leyes y optar por solicitar al pueblo su opinión sobre si quiere vivir bajo una institución anacrónica, como es la monarquía, o si quiere elegir por votación directa al jefe del Estado. La Casa Real ha creído más práctico pasar cuanto antes la corona a Felipe, para que representando a una nueva generación trate de renovar la sintonía con el pueblo soberano, tras encerrar a Urdangarín en el cuarto oscuro del palacio. Tampoco deben los monárquicos, ni el gobierno, ni los partidos mayoritarios rasgarse las vestiduras porque muchos ciudadanos quieran ante esta decisión expresar su opinión en un referéndum y mucho menos quienes han permitido que la corrupción, la sensación de impunidad y la ausencia de transparencia carcoman y debiliten un sistema político que tanto costó construir y que tantos desvelos causó a muchos ciudadanos, incluido el rey.

Personalmente me quedo con el recuerdo de su primera época, cuando yo era más inocente que ahora y a lo mejor él también. Presiento que el rey sabe, por experiencia, que cuando sube la marea no hay quien la pare.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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