La vida da vueltas sin que seamos conscientes de ello, aunque tengo la impresión de que este año 2014 estará marcado por una de esas líneas imaginarias que la historia traza para indicar el final de un ciclo. Pasadas las 6 de la tarde del 18 de junio el himno nacional ponía fin al mandato del rey Juan Carlos I. Seguro que la abdicación será un hecho reseñado por la historia pero para explicarla resultará obligado profundizar en lo ocurrido los últimos años en España. Los ciudadanos desde nuestra propia percepción de la realidad en que vivimos ya hemos advertido que la rapidez en la sucesión no se ha producido por mandato constitucional, sino por cuestión de oportunidad, ante el progresivo deterioro institucional. Hace tan solo unos meses España parecía un estanque tranquilo al que ni las continuas pedradas, en forma de recortes, desempleo y desigualdad crecientes, parecían alterar sus aguas. La ciudadanía mirando a su alrededor advierte que estamos regresando al pasado y no es sólo una sensación sino que las estadísticas confirman lo que tememos. Los últimos datos de Eurostat, ratifican que en términos de PIB per cápita hemos retrocedido al nivel de 1998, es decir, 16 años atrás en nuestra convergencia con la media del PIB europeo que conseguimos igualar en el 2002. Desde hace unos años todos los datos, no sólo los económicos, son abono para el descontento.
El resultado de unas elecciones europeas, calificadas como de escaso interés, han tenido unas consecuencias imprevisibles para los supuestos sabios que creen liderar socialmente este país. El terremoto ha sido tal que en menos de un mes, el Rey se ha ido y se ha coronado otro nuevo ante el temor a que la creciente ola republicana pueda llevarse por delante el artículo 1.3 de la Constitución de 1978. Es algo impensable hace unos años cuando creíamos nadar en la abundancia y la basura sobre la que estábamos instalados la tapaba el optimismo y la despreocupación. Asimismo, Europa, es decir el proyecto europeo, está altamente cuestionado por unos ciudadanos que no ven claro que los dirigentes europeos, además de ir a remolque de los acontecimientos, estén preocupados por el bienestar de una sociedad que ya no cree en milagros cuando, en todo el sur de Europa, se abren camino a pasos agigantados el hambre, la desigualdad y la restricción de los derechos democráticos. La posible gran coalición entre conservadores y socialdemócratas en Europa, al estilo genuinamente alemán, puede acabar de dar la puntilla a las esperanzas de un cambio en una política que hasta ahora no ha dado los resultados prometidos. Estemos atentos.
En España, la crisis del bipartidismo todavía no ha sido valorada en sus justos términos pero el tiempo, que es el que escribe la historia, señalará el año 2014 como el punto de inflexión de su hegemonía. El líder del PSOE se ha visto obligado a propiciar el relevo ante el descalabro histórico de un partido histórico, que durante años lideró y aglutinó en torno a él muchos anhelos ciudadanos. Retrasar desde hace años los cambios necesarios ha obligado a improvisarlos. En el proceso lucharán, como siempre, dos fuerzas contrapuestas: quienes quieren algunos cambios para que finalmente todo siga igual y quienes propugnan renovaciones más profundas para volver a conectar con una ciudadanía de la que llevan años alejándose. En el PP, disimulan. Como han ganado, aparentan no estar preocupados, pero lo están. Que nadie olvide que España es un país en el que es más fácil morir de éxito que de reconocer errores. Aquí nos gusta el espectáculo y ver caer a alguien desde lo más alto es siempre un estímulo para el que observa y si no, que se lo digan a “la Roja”, tras el batacazo en el mundial de Brasil. Presiento, en conclusión, que 2014 no va a pasar desapercibido ni en nuestras vidas ni en nuestra historia.