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Caperucita o Robin Hood

Comienza el curso y tengo la impresión de que de nuevo estamos perdidos en la frondosidad de un bosque encantado que nos es adverso y en el que no sabemos si aparecerá el lobo feroz para devorarnos como a Caperucita o si al final emergerá Robin Hood para protegernos de los excesos del malvado sheriff de Nottingham. En fin, que yo, como posibilidad remota en el mundo de los sueños, me quedo con Robin Hood porque al menos tendremos la posibilidad de pelear.

Con la llegada del verano nos fue anunciada la deseada recuperación económica entre heraldos y clarines enviados desde el palacio de la Moncloa. Ya en septiembre todo indica que el crecimiento es tan tenue y tan incierto todavía que está más próximo al espejismo producido por calores y fiebres veraniegas que por la realidad. Ya saben, se acercan elecciones y hay que sacar a la calle los fuegos de artificio. Estos días hemos sabido que las grandes economías de la eurozona, incluida Alemania, ralentizan también su crecimiento con lo que resulta difícil pensar que podrán actuar de locomotoras del resto de países. El dato del paro de agosto sigue desanimándonos aunque nos cuenten milongas, crece en 8.070 personas y se han producido casi 98.000 bajas a la Seguridad Social. Es decir, que estamos estables, no nos morimos pero seguimos dentro de la UVI sin saber hasta cuándo durará la incertidumbre.

Los datos que acaba de hacer públicos la OCDE no hacen sino ratificar lo que ya sabemos en el pueblo llano y ello sin necesidad de estudios económicos ni estadísticas complejas: que el empobrecimiento de los españoles es generalizado (salvo aquellos que tienen sus magras cuentas en Suiza o en Andorra burlando al fisco). Según el organismo internacional los salarios en España han descendido a un ritmo del 2,1% anual y se ha llegado a tal extremo que, de proseguir la rebaja podría originar estrecheces económicas graves a las familias, sin olvidar la negativa repercusión en el consumo interno. Es decir, que una vuelta de tuerca más y se confirmará lo que también sospechamos: a este paso ni teniendo trabajo se va a poder vivir dignamente, sin obviar, la inseguridad  y la ansiedad personal que supone tener empleos tan precarios que son de días o de horas. Hay un dato de los facilitados por la OCDE, que también resulta ilustrativo,  antes de la crisis uno de cada tres nuevos contratos eran fijos (32,9%), pero ahora lo son uno de cada cuatro (24,5%). Las cifras de desempleo no parece que vayan a mejorar en el medio plazo aunque se materialice el crecimiento en porcentajes ligeramente superiores al actual. Esta evidente realidad debiera ser una llamada de atención suficiente para modificar la política económica y social pero no parece que, tras la peregrinación a Santiago de Compostela de Rajoy y Merkel, estén pensando en aliviar nuestras mochilas del sufrimiento que han producido a las clases trabajadoras que son las que soportan el sistema y a ellos. En realidad nada ha cambiado a nuestro alrededor, seguimos rodeados de mentiras y palabras que significan lo contrario de lo que aparentan los que las pronuncian.

Creo sinceramente que la combinación de altos índices de paro, empobrecimiento general, corrupción por doquier y elevadas dosis de mentiras son una bomba de relojería de consecuencias todavía no calculadas ni por la Unión Europea ni por la OCDE ni por la miopía del gobierno de Rajoy. Sería bueno comenzar a releer las enseñanzas que nos brinda la historia. Estamos ante un tiempo nuevo y no verlo es un error. La política no puede ejercerse contrariando demandas básicas de una población cada día más crítica, más contrariada y más plural. Yo, como he dicho al principio, no quiero ser Caperucita, es más prefiero que, como en Fuenteovejuna, todos seamos Robin Hood y a los de arriba sólo nos quedaría recordarles cómo acabó la película. Repartamos la riqueza que produce este país de forma más equitativa y enviemos a las mazmorras a los que han expoliado España.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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