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¡Qué paren el mundo…!

¡Qué paren el mundo, que me quiero bajar!, últimamente me siento como Mafalda, con ganas de apearme de este mundo hipócrita. No es que nada sea como parece, sino que casi todo resulta bastante más infame de lo que imaginamos en nuestras peores pesadillas cuando la crisis atizó con fuerza hasta demoler nuestro modesto estado del bienestar. En España, fieles a nuestra ancestral vocación, llegamos a disfrutarlo más tarde que la Europa erigida tras la posguerra. Construirlo ha costado años y desde él se consiguió tender una red protectora que recortó la desigualdad social e incrementó el nivel de vida de los ciudadanos. Ahora parece un espejismo. Es bueno que los más jóvenes sepan que lo que hoy parece estable y permanente, se puede perder mañana si no se lucha por protegerlo. Esta es la dura lección de esta batalla del presente que tiene como único objetivo recuperar lo que se ha malogrado en tan escaso tiempo.

Mientras vivimos esta realidad cada día amanece con un nuevo escándalo bombardeando nuestra confianza en el sistema, cada novedad se convierte en un nuevo misil destructor de la misma. Aquellos prohombres ilustres, premiados y mostrados como ejemplos a seguir, son en realidad villanos que amaban a su patria bastante menos que a su dinero. El informático de la filial suiza del  banco británico HSBC, Hervé Falciani, al filtrar una lista de titulares de cuentas opacas hizo temblar a muchos, aunque hoy sabemos, pese a lo que diga el inefable Cristóbal Montoro, que han sido más benevolentes con todos ellos que con los curritos, autónomos o pequeños empresarios. Actualmente la desconfianza en el sistema alimenta el fraude, sabiendo que se burla el pago de impuestos y se evaden fortunas a gran escala mediante sociedades interpuestas con ayuda de los propios bancos suizos o no suizos, los pequeños se preguntan: ¿voy a ser yo el tonto de turno? El asunto tiene dimensión internacional, aunque resulta incomprensible que los gobiernos no se hayan unido para modificar la legislación y proteger los intereses de la mayoría de ciudadanos de esta aldea global. La lista se entregó por Falciani al gobierno francés en 2009 y éste los dio a España en 2010. De esta información, en plena crisis/estafa, nacen dos amnistías fiscales de los gobiernos sucesivos del PSOE y del PP. Lo cierto es que hasta ahora y fruto de la filtración de una copia de los datos facilitada a Le Monde y al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, no hemos conocido los nombres. Nuestros gobiernos “democráticos”, para protegerse a sí mismos y no cabrearnos más, han obviado estas menudencias que han puesto de manifiesto los oscuros métodos de la banca internacional. Sin embargo, en EEUU, estas prácticas bancarias ya han costado sanciones tanto al HSBC como a Credit Suisse y UBS. En Bélgica y en Francia se han iniciado acciones contra los directivos del HSBC pero en España, estamos en la siesta, cuando despertemos haremos algo, ha dicho Montoro.

El que no esté en la lista Falciani, no es nadie y a un don nadie ¿quién lo protege? Tenemos en España muchos menos inspectores por cada mil habitantes que en el resto del vecindario europeo y a los que quedan, ya les ha señalado Montoro las prioridades: cuando acaben con la lista de fontaneros, abogados y mecánicos pasaran a los carpinteros, electricistas y peluquerías (más o menos, ya me entienden). Cada día nuevos nombres se van a ir haciendo públicos, se trata de evitar que nos dé un infarto, pero del asombro no nos saca nadie. Vivimos rodeados de tanta mentira que resulta imposible soñar con un futuro mejor cuando los tiburones nos están comiendo por los pies. Viviendo en el reino de la hipocresía resulta sencillo constatar, una vez más, que enunciar loables principios morales es bastante más fácil que cumplirlos. Como decía Groucho Marx, claro que quedan hombres de principios, lástima que nunca los dejen pasar del principio.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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