Que el poder de la influencia es la columna vertebral de esta España nuestra, no es una hipótesis sino una realidad que ha alcanzado su clímax en estos dorados años de la corrupción y el ladrillo. La entrevista del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz con Rodrigo Rato imputado, entre otros, por delito fiscal y blanqueo de capitales e investigado por la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía Nacional y por la UCO (Unidad Central Operativa) de la Guardia Civil, evoca el asunto de fondo de la película de Berlanga, La escopeta nacional. En ella, el inefable José Sazatornil, Saza, representa al empresario que trata de colocar porteros automáticos al ministro de Industria en una cacería pagada por él. Aquí la película es más burda, no hacen falta excusas, la camaradería del pasado armoniza muchos intereses así que tras el abrazo, pues directamente al grano y al despacho oficial. Dice el ministro que se reunieron para hablar de los viejos tiempos y Rodrigo Rato afirma que hablaron de lo que le está pasando. Lógico. Cuando alguien tiene problemas siempre recurre a la familia o a los amigos. Así que a la imprudencia del ministro hay que añadir la clamorosa mentira, sin olvidar que una vez más nos toman por idiotas.
Lo asombroso será que los presuntos delitos del exmejorministro económico de la democracia no se volatilicen en la atmósfera de compadreo que reina entre Rato y sus compañeros. Tiempo al tiempo, si esto no termina con el ministro del Interior condecorándolo a juzgar por las declaraciones de otros dirigentes del PP amigos del imputado, como Javier Arenas o el portavoz en el Congreso, que no rechazan la idea de recibirlo en sus despachos. Esta estrategia obedece a que todos ellos saben que favor con favor se paga y seguramente hay deudas del pasado pendientes. El ministro comparece hoy y, si hacemos caso a Rajoy, no habrá novedades. Bien sabe él lo que han pactado, aunque nosotros nunca lo sepamos. Fernández Díaz tiene ante sí un papelón porque su versión es increíble y su posición insostenible. Esperemos que la Virgen del Pilar ilumine al irreflexivo ministro porque es todo tan sorprendente como imaginar que le ha ofrecido la dirección general de la Guardia Civil. Ya puestos a desvariar, ¿por qué no? Se ha metido en tantos charcos que, el autor de la Ley Mordaza, es el ministro del Interior peor valorado de la democracia.
Por eso, lo más seguro es que antes de recibir a Rato el ministro llamara a Mariano a Moncloa, no fuera a jugarse el puesto. El presidente le diría: -Jorge, aplaca sus iras, que esté tranquilo, igual que con Luis Bárcenas. Sobre todo, le ordenó que se enterara de si Rato, contaba con munición, no fuera a soltar una bomba informativa que pudiera comprometerles, algo de lo más inconveniente en plena campaña electoral. Ya se sabe que los lobos y los vampiros se reconocen entre ellos y se respetan. Cada uno marca su territorio: tu no me atacas y yo tampoco. Porque seguramente Rodrigo Rato cuenta con información económica y fiscal sensible de sus queridos compañeros. Es decir, que la reunión se celebró por el interés de ambas partes, de otro modo resulta inexplicable la torpeza escandalosa de la misma. Rato busca salir indemne del procedimiento judicial tanto como el gobierno y el PP precisan de su silencio. Pueden caer todos o salvarse entre ellos. Ese es el meollo de la cuestión y no otro. Ya sabemos que en política no hay amigos, todo lo más, conjunción de intereses y en estos momentos lo principal para el gobierno es que no se mueva más el lodazal de la corrupción. Fernández Díaz debiera haber dimitido ya, pero ¿para qué? Mariano se lo habría dejado claro: -Tú tranquilo, es una tormenta de verano. Ya estamos subiendo en las encuestas. En España nunca pasa nada, ya nos han perdonado cosas peores así que entenderán que salvemos a Rato, a fin y al cabo, es uno de los nuestros.