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Entre la ética y la estética

-No sé adónde vamos a llegar en este país, ¿has visto a esos diputados que van al parlamento con rastas en la cabeza, con jerséis y camisetas, en vez de llevar un traje como Dios manda? Seguro que llevan piojos y no se duchan.

-Vamos al desastre, que te lo digo yo. Con lo elegantes que iban siempre Francisco Camps o Rodrigo. Si, si. Rodrigo Rato iba siempre impecable. Y Bárcenas, tan bien peinado y tan educado, con su elegante abrigo cover coat. Eso de los sobres y los papeles, total una tontería ¡Quien no ha ocultado un pecadillo en su vida!

-Este país, se hunde. Estos nos llevan a la ruina. Lo que hace falta es un gobierno serio y con experiencia que nos proteja a nosotros, claro, que para eso son de los nuestros.

-¡Y yo que creía que ya estábamos en el desastre!, porque a la ruina ya hemos llegado la mayoría- pensó el camarero mientras servía el café a las señoras de la respetable urbanización.

            Precisamente por eso, para evitar maledicencias, el diputado comisionista Gómez de la Serna para la sesión constitutiva del Congreso eligió un traje y una corbata discretos. Quería pasar desapercibido entre la variada multitud que iba a poblar el hemiciclo a partir de ahora. No era cuestión de llamar la atención de cámaras y televisiones, ya había tenido suficiente cuajo para presentarse allí, tras adueñarse del escaño que le ha regalado el PP y que no piensa devolver, porque eso es lo que se hace con las comisiones por intermediación. Lo suyo era no desentonar y lo consiguió. A él nadie le hizo un mal gesto ni le afeó su caradura, no había tiempo, entretenidos como estaban rasgándose las vestiduras y vaticinando catástrofes para un país minado por la corrupción de los elegantes.

            Mientras se habla de la estética, nadie se acuerda de la ética, la única necesaria para regenerar la decadencia de un sistema democrático expoliado por algunos. Estos días las conjeturas sobre la formación de un nuevo gobierno hacen que los mentideros del país rebosen como un soufflé en pleno subidón. Lo cierto es que Rajoy, que no tiene costumbre de consenso ni de pacto, permanece recluido en su silencio, sin imaginación para romper inercias de un pasado totalmente caduco. Cree que el argumento de la necesaria defensa de la unidad de España debiera ser suficiente para conseguir adhesiones a su investidura. Se equivoca, pues ha sido precisamente con su gobierno, de amplia mayoría absoluta, cuando hemos llegado al punto de una posible ruptura. El auge secesionista es la evidenia de su fracaso. Ha sido incapaz de hablar con el nuevo presidente de la Generalitat que, le guste o no, es un cargo institucional y, hoy por hoy, parte del Estado. Tampoco ha ofrecido un programa de gobierno que permita sumar más voluntades que las propias y la abstención, activa pero insuficiente, de Ciudadanos.

            Los españoles prefieren que haya gobierno porque han votado que los partidos políticos, nuevos o viejos, se pongan de acuerdo. Cada uno deberá tener la inteligencia de interpretar ahora la voluntad de sus votantes y de qué modo no les defraudarán, porque cesiones tendrán que hacer todos para lograr un acuerdo y los ciudadanos lo saben y lo comprenden. Rajoy comienza a ser consciente de su soledad, es lo que tiene gobernar desde la soberbia. Está claro que no va a hacer grandes esfuerzos, prefiere probar suerte en nuevas elecciones. Veremos si en este país, tan maravilloso como diverso, se restaura la costumbre del consenso sobre reformas necesarias y mayoritariamente apoyadas por la población. Esta legislatura será corta y compleja pero no tiene por qué ser decepcionante ni estéril. Recuperemos la ética y desterremos la falsa estética. Y, no nos volvamos locos, tras la negrura nocturna siempre sale el sol.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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