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El dolor ajeno

Desde que la imagen desgarradora e inquietante de Aylan Kurdi, el niño sirio encontrado muerto en la playa de Bodrum (Turquía), golpeara nuestras conciencias el tiempo que duró el telediario, cientos de refugiados que huyen de la guerra en Siria siguen muriendo en el mar y miles de ellos peregrinan un calvario por la civilizada Europa. Mientras, ajenos a esa realidad, los afanes diarios de la subsistencia nos alejan de la catástrofe de la guerra en Siria. La escritora Susan Sontag escribió, hace años, sobre la guerra y el dolor ajeno y afirmaba que “ser espectador de calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad”, es la ofrenda diaria de esos turistas especializados que son los periodistas. Nos hemos acostumbrado tanto a que en primera línea de trinchera los periodistas nos muestren las catástrofes ajenas que hemos perdido la capacidad de conmovernos lo suficiente como para exigir que se haga algo. Pensamos que, al fin y al cabo, en el mundo siempre hay guerras, las vemos como un episodio más de la Ilíada porque la paz es la excepción en el mundo. Asumimos que las guerras son una hecatombe pero eludimos si quiera pensar en ellas porque no nos afectan. La guerra es una atrocidad, pero mientras suceda lejos no hemos de preocuparnos por ella, los muertos no son nuestros muertos, los rostros desconocidos de las víctimas no avergüenzan nuestras conciencias, nos son tan ajenos como su dolor.

Las cosas son así, a qué negarlo. Por eso resulta aún más deshonroso para Europa que sólo cuando miles de ciudadanos sirios con sus familias comenzaron a llegar, en un éxodo sangrante que perturba nuestra tranquilidad, hemos comenzado a sentir una cierta preocupación por una guerra en la que bandos de canallas se disputan el poder de un país hoy ya totalmente asolado. Lo más bochornoso de lo que está ocurriendo es que la ausencia de una política común de la Unión Europea está permitiendo que primen más los intereses políticos de cada uno de los países que la integran que la necesidad de organizar una respuesta humanitaria inmediata. Desde la mayoría de los países se está alentando una respuesta xenófoba totalmente alejada de los principios que albergó el nacimiento de Europa. En Turquía, las mafias organizan con precisión el tráfico de personas desesperadas que no vienen a quedarse sino a procurar salvar la vida. Los negocios en torno a los refugiados están haciendo millonarios a muchos y en Europa se sabe, se conoce las rutas y los manejos  de las mafias pero no se hace nada. El famoso reparto de cupos ha sido un rotundo fracaso y las vallas para impedir el acceso de los desesperados y el uso de gases lacrimógenos es el único éxito de los gobiernos para frenar a los que ya de por sí lloran por lo injusto de su destino.

Esta situación que se denomina por la prensa “crisis de los refugiados” es, en realidad, nuestra crisis, la de la Unión Europea como espacio de salvaguarda de los derechos humanos. Claro que si han limitado nuestros propios derechos qué no harán con los de los otros. Estos días el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, ha enviado un mensaje directo “no vengáis a Europa”. El presidente húngaro Viktor Orbán ha apostillado que no sólo no deben venir, sino que es peligroso hacerlo porque no van a ser bien recibidos. Dinamarca ha modificado la legislación para requisar el dinero y los objetos de valor de los refugiados y lo mismo han hecho Suiza y algunos estados alemanes. Es la nueva forma de ganar votos en Europa, un descalabro moral. Aunque nos meten el miedo en el cuerpo anunciando una invasión, todavía quedan organizaciones humanitarias que están atendiendo a los que huyen, especialmente en Grecia, donde los ciudadanos y voluntarios ayudan como pueden, dada su también precaria situación social. Una vez más en este tema las personas individualmente van por un camino y los gobiernos por otro. No tengo soluciones, tampoco respuestas, pero me pregunto si hay un fracaso mayor que la inmensidad de nuestra pasividad como sociedad.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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