Los partidos secesionistas catalanes culminaron el miércoles su primer desafío. Tras una tormentosa sesión parlamentaria, Junts pel Sí y la CUP aprobaron su Ley para celebrar un referéndum de autodeterminación. El aparente éxito de la votación no oculta otros inmensos fracasos. La imagen autoritaria y sectaria los aleja del victimismo que tratan de aparentar. Todas las triquiñuelas reglamentarias utilizadas para imponerse al resto de grupos, vulnerando los derechos de los diputados, no son la mejor carta de presentación ante el resto del mundo. Han ganado una votación y han prendido el incendio de la división estigmatizando a los no nacionalistas intentando asumir la representación de la totalidad de los catalanes, una mentira tan grande como que este camino de rebeldía conduzca directamente a la independencia.
La realidad siempre ha sido más terca que el deseo, quieren ignorarlo quienes creen que democracia se circunscribe solo al acto de votar. La presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, ha abanderado consciente e irresponsablemente el intento de subvertir la legalidad ignorando los principios básicos de una democracia. Todos los estados democráticos tienen una Constitución que incorpora los derechos humanos universales, de la que se deriva un cuerpo legal que rige la convivencia, única manera de que cada uno no haga lo que le venga en gana. Incluso pretendiendo su separación de España el camino también debe ser legal porque, por mucho que lo pretendan, no son un pueblo oprimido en busca de una independencia liberadora ni pueden olvidar, que ellos, como mucho, representan a algo menos de la mitad de los catalanes.
La opinión expresada por los letrados de la Cámara advirtiendo, como es su obligación, de la ilegalidad de la tramitación de la Ley del Referéndum es una prueba alentadora de que los funcionarios cumplen la legalidad a la que se deben, más allá de las veleidades quienes la desprecian. Su actuación es una señal de lo que puede ocurrir con el resto de los trabajadores públicos, incluidos los Mossos d’esquadra, que son necesarios para dar garantías a cualquier proceso electoral o de consulta, si fuera legal.
Cierto que las culpas de cómo hemos llegado hasta aquí están muy repartidas entre unionistas y secesionistas, pero ahora solo queda afrontar el desafío y la rebeldía con inteligencia. Los independentistas están materializando un plan que solo busca provocar una reacción desmedida del Estado que justifique sus acciones. El mayor éxito de esta loca hoja de ruta que solo lleva al enfrentamiento, cada vez más visceral, pueden apuntárselo los antisistema. La CUP, aliada con sus antiguos enemigos, desea dinamitar lo que llaman, despreciativamente, el régimen del 78 que, a su pesar, nos ha permitido acceder a las mayores cotas de libertad y de bienestar jamás conocidas en Cataluña y en España pese a las grietas del sistema y a los errores que se han cometido.
Lo que tenga lugar el 1 de octubre no será un referéndum legal, ni de ello nacerá nada que facilite una declaración de independencia que pueda ser reconocida a nivel internacional. Saben que el proceso unilateral es, en su esencia, un fracaso y por eso están organizando la catarsis de la movilización ciudadana, primero en la Diada y después el 1 de octubre, para caldear los ánimos. El cúmulo de despropósitos va a ir en aumento porque cuando en una relación se pierde el respeto entre las partes es difícil levantar cabeza por encima de los reproches.
El gobierno, pese a la tibieza de algunos, cuenta con el apoyo del PSOE y Ciudadanos que ante la emergencia han reaccionado con más altura de miras que el propio Rajoy desde que llegó al gobierno. Los partidos rebeldes a la legalidad añoran mártires civiles que abanderen su causa, espero de la inteligencia del Estado que no se los facilite cayendo en la trampa de la provocación. Es la única manera de demostrar la fortaleza de una democracia madura que piensa más en los ciudadanos que en las elecciones que, a buen seguro, vendrán el día después del fallido referéndum. El daño a la convivencia es inmenso y quienes han practicado la irresponsabilidad, aquí y allí, enfrentándonos a unos con otros y a los catalanes entre sí, solo merecen la bofetada de nuestro desprecio.