No siempre lo peor es cierto, aunque en política muchos quisieran que así fuera. Exagerar para reforzar discursos y ganar audiencia es muy habitual en estos tiempos. Ante la entrevista entre el presidente del gobierno, Pedro Sánchez y el president catalán, Quim Torra, algunos habían hecho sonar de antemano las trompetas del Apocalipsis. Se insinuaba la genuflexión del Estado ante los independentistas, pago de deudas y devolución de favores. Es comprensible que el PP, al borde de la implosión y en momentos de grandes mudanzas, esté de los nervios y sobreactuando. Han pasado los tiempos en los que al PP la tensión con Cataluña le daba tan buenos resultados electorales que se negaba a ver que estaba dando alas al secesionismo llegando a impulsar el incremento de independentistas hasta un porcentaje jamás conocido. A ambos adversarios les iba bien en el desencuentro. Pero los españoles no debemos olvidar que ha sido gracias a la acción del PP cuando España ha estado a punto de quebrarse. Rajoy fue dejando hacer hasta que estalló el despropósito del procés y entonces Ciudadanos, a través de Inés Arrimadas, les robó el discurso y el espacio político hasta dejarlos en Cataluña reducidos a la mínima expresión.
Todos sabíamos que los Mossos no impedirían el referéndum ilegal del 1 de octubre, todos menos el ministro del Interior, tan propenso a confiar en la Virgen en vez de transmitir órdenes precisas a unas fuerzas y cuerpos de seguridad que se sintieron desprotegidos y abandonados. Una vez fracasado el cierre de los colegios electorales, las posteriores cargas policiales fueron el siguiente fiasco porque ofreció la mejor baza jamás soñada por el independentismo para victimizar su lucha en el tablero internacional.
No quiero insistir porque conocemos la historia. Ahora solo quedan dos posibilidades: continuar profundizando la brecha o tratar de revertirla. De momento Torra ha acudido a Madrid, han hablado y ambas partes han ratificado sus posturas, no puede ser de otra manera. El presidente Sánchez, que apoyó la aplicación del 155, ni puede ni debe negociar al margen de la legalidad y por mucho que Torra insista en aparentar lo contrario ni está en el mismo sitio ni olvida que hay cosas imposibles. La justicia en este país es independiente. Los jueces decidirán sobre los políticos presos que siguen en las cárceles catalanas que son igual de españolas. Tanto los falsos presos políticos como los falsos exiliados saben que no se le pueden pedir peras al olmo, han infringido el ordenamiento jurídico y eso tiene consecuencias imposibles de eludir. Como confesó la exconsejera Ponsatí, ahora huida en Escocia, “estábamos jugando al póker y jugábamos de farol”, no hay mejor definición. Han perdido y lo saben, pero después de tanta mentira y tras haber convencido a una parte importante de la población de que la república catalana era posible y sería realidad al alba del procés, no es fácil rectificar. Ahora saben que todo era mentira.
El pasado lunes una encuesta apuntaba que el 62% de los catalanes quiere negociar una mejora del autogobierno, mientras que el 21,5% apuesta por buscar la independencia para construir una nueva república. Creo que el dato es alentador.
Por eso la tarea del nuevo gobierno de España debe, con las cautelas debidas, centrarse en dos acciones fundamentales. En el exterior, nuestras embajadas han de contrarrestar las mentiras sobre España de los independentistas, algo que espero haga con acierto Josep Borrell. En el interior, rebajar la tensión política para que disminuya la tensión social que es alta y dolorosa. Todos los gestos del gobierno han de dirigirse sobre todo a los propios ciudadanos de Cataluña. Si en los próximos meses, el número de conversos de última hora al independentismo, disminuye y se sustenta nuestra posición internacional, el esfuerzo habrá merecido la pena. Es pronto para sacar conclusiones pero no es tarde para tener esperanza. El tiempo lo dirá.