Acabamos de estrenar el verano pero apenas se percibe ese tufillo habitual de otros años por el que toca hablar de vacaciones, de descanso y de relax. Este año todas esas cosas se postergan porque, por si no se habían dado cuenta (seguramente porque han estado escondidos en un oscuro agujero en la Antártida) ha empezado la carrera de las elecciones generales.

Si hasta el 24 de mayo la guerra se batió en las trincheras municipales y regionales, ahora la batalla es en campo abierto y a pecho descubierto. Ya no importan las peculiaridades autonómicas, ya nos ceñimos a la generalidad. Y claro, entre tanto disparo al aire y cañonazo al adversario, desaparece la sutileza.

Los candidatos (Rajoy, Sánchez, Iglesias, Rivera, Garzón y el que ponga UPyD) han saltado a la arena con su habitual (¡!) desparpajo dialéctico. Y han empezado a calentarse sin miramientos, pues noviembre está más cerca de lo que parece y algunos se juegan demasiado como para dejar escapar determinadas esferas de poder (y pasta).

Y como siempre, primero tocan los guiños: al votante general y al adverso, pero sobre todo al propio. Hay que tapar los agujeros del desgaste para evitar que el barco se desangre antes de insuflar nuevos glóbulos. Por eso, toca de inicio realizar guiños a los propios. Así, Rajoy lanza a los suyos a comunicar mejor, visto que la dicción y la oratoria no son sus mejores bazas; Sánchez se envuelve en gigantescas banderas patrias para mostrar su compromiso español, Iglesias rebaja el tono, esconde el ceño y esboza la sonrisa dialogante; Rivera saca el látigo contra el soberanismo catalán; Garzón le pone ‘ojitos’ a Podemos…

Son guiños, pequeños gestos nada sutiles que anticipan la tormenta de muecas que vendrá.