Sin precios dignos para la uva el sistema de Rioja no se sostiene.
No importa en que medio, radio, televisión o prensa escrita, todos los días sale a relucir el termino sostenibilidad. Esta es una palabra, que como innovación, investigación o desarrollo, va siempre ligada a progreso, avance y un futuro mejor para todos. Diría que, simplificando, actuación sostenible es aquella que se gestiona utilizando el sentido común. Pero como sabido es, que el sentido común es el menos común de los sentidos, muy a menudo nos comportamos como Abundio, que vendió el coche para comprar gasolina.
Se define como desarrollo sostenible, aquel que conjuga a la perfección la satisfacción de nuestras necesidades sin comprometer los recursos y posibilidades de las generaciones que nos sucedan. Se trata por tanto, de cuidar la gallina para que siga dando huevos, no esquilmar el terreno para que mantenga la producción, hacer un buen mantenimiento del coche para que dure hasta que podamos comprar otro, cortar un árbol plantando otro a la vez, gratificar al obrero por su trabajo de forma adecuada para que, satisfecho y seguro, rinda adecuadamente,….y, aquí quería yo llegar, pagar al viticultor por sus uvas como corresponde para que cultive la viña como hasta ahora lo ha venido haciendo, sin que la merma de recursos comprometa la calidad del fruto, la permanencia de la actividad y todo lo que, a medio o más largo plazo, la inconsecuencia o sinrazón trae consigo.
Volviendo a la uva, hoy defenderé un precio digno de la uva con la excusa de la sostenibilidad, como lo he hecho otras veces con distintos argumentarios y lo seguiré haciendo, a través de esta columna, o de la plataforma que permita revelar mi opinión. Lo haré desde la posición en la que estoy, siendo consciente de lo fácil que es “ver los toros desde la barrera”.
Una de las maneras para explicar la sostenibilidad es la representación de un taburete con tres patas. Una de las patas es la medioambiental, la otra la social/cultural y la tercera la económica. Las tres patas simbolizan las dimensiones que son necesarias para mantener un aceptable nivel de vida de la sociedad. Si una de las patas flaquea el equilibrio se pone en peligro y por consiguiente la sostenibilidad. Me temo que el sector del Rioja tiene la pata económica tan corta como el rabo de una boina.
Es un hecho que las bodegas que necesitan comprar uva para sus elaboraciones la están comprando a precios bajos. Entendiendo por precios bajos aquellos que no permiten mantener una renta digna a los productores. En un Mercado con sobreoferta el comprador tiene la sartén por el mango: elige a quien compra y decide cuando y como se paga. Con esta realidad en la que Rioja está inmersa los últimos años, abastecida la industria vitícola con uva excelente a precio reducido, se ha podido entrar en los Mercados con precio competitivo y la calidad por bandera. Cuando la demanda se ha reducido como consecuencia de la crisis se ha “hecho caja” gracias al nombre de la Denominación -fraguado durante muchos años- y a políticas agresivas de ventas. De este modo el administrador de la industria vitícola riojana, con gastos productivos reducidos, inversiones procedentes y gestión comercial adecuada, ha podido, en los últimos años, lucir una bonita cuenta de resultados, más bonita cuanto más reconocida es su marca. Esta situación, a priori favorable y cómoda para muchas bodegas (a otras no les han salido las cuentas), no lo es tanto. Según todos dicen: hay que bregar mucho para salir adelante. Pero además es IN-SOS-TE-NI-BLE. Y lo es, por varios motivos; entre otros:
– Siempre hay alguien que este dispuesto a bajar aún más el precio para poder entrar en el Mercado. Lo que hace que los contratos de venta sean cada vez más ajustados, obliga a negociar continuamente o renunciar a operaciones porque no se alcanzan los límites aceptables de rentabilidad. Partimos aquí en desventaja: nuestra viticultura es de rendimientos limitados, el proceso de elaboración y crianza tiene unos costes superiores y el sistema de regulación por medio de Denominación de Origen es muy restrictivo, en relación con las zonas, que de hecho actualmente son las que están competiendo con Rioja.
– El esfuerzo mayor recae sobre una parte estratégica de la cadena productiva: el viticultor.
Si al proveedor de la materia prima no le resulta rentable su sistema de producción tiene que renovarse para adecuar los gastos a los ingresos, modificar los sistemas de cultivo tradicionales (más costosos) y abandonar las viñas con menores rendimientos, precisamente las que han dado la fama al Rioja. El viticultor razona: ¡para qué producir calidad, si total me lo van a pagar igual!. Si la calidad no se valora se dejará de hacer.
Como ha ocurrido en otras áreas vitivinícolas en España, algunas vecinas, si aún reduciendo costes los precios pagados por la uva no permiten cubrir gastos, amortizar inversiones y renovar equipos y maquinaria, el agricultor tendrá que arrancar la viña y buscar otras opciones de futuro. De momento estamos haciendo justo lo contrario: aumentar la masa vegetal. ¿ Huida hacía adelante?.
– En las negociaciones comerciales los argumentos pierden fuerza cuando los precios de la uva, son los que son. Si nosotros no valoramos nuestro producto no podemos esperar que lo valoren otros.
– El consumidor asocia precio del vino con calidad y asume que el vino barato no es bueno. Se puede liquidar puntualmente con precios ajustados, pero mantener el volumen de ventas con precios por debajo de los productores que deben ser nuestra referencia (Francia e Italia), aparte de mermar la rentabilidad, sitúa el vino Rioja en una categoría inferior. Y exige, para la defensa de la imagen, un sobreesfuerzo en marketing y publicidad, que encarece el producto sin aumentar el valor añadido. Una vez instalados en el segmento de precios bajos es muy complicado salir de ahí. Con la cantera descuidada y un bajo presupuesto en el equipo no podemos pretender jugar en las grandes ligas, ni cobrar las entradas como los partidos de la Champions. O damos un giro en la gestión de los recursos o estamos condenados a continuar siendo un equipo de Segunda división.
– En el peor de los escenarios, aunque algunas firmas con visión y planteamiento distinto sobrevivan, e incluso les vaya muy bien, será la excepción dentro de una concepción general a futuro deficiente y, por consiguiente, condenada al fracaso.
Ni los precios pagados al agricultor son sostenibles, ni tampoco mantener las cifras de negocio con precios a la baja. El tiempo es justiciero y al final todo lo corrige para dejar cada cosa en su lugar. Pensemos por tanto en la sostenibilidad, como un objetivo de explotación, racional, justo y perdurable en el tiempo que, por nuestro bien, debemos promover todos los agentes implicados en la producción, comercialización y promoción del Rioja. Si existen debilidades en alguna parte del sistema tarde o temprano afectaran a su equilibrio. Es necesario, por consiguiente, un esfuerzo conjunto en corregir cuanto antes las deficiencias mencionadas, para evitar que nos convirtamos en “aquellos que hacían vino bueno y barato pero luego empezaron a hacer vino barato y no tan bueno”.