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Marcelino Izquierdo

Historias Riojanas

Santa Coloma, cuna de la autonomía riojana

 

Este 2012 se conmemora el 200 aniversario de la Constitución de Cádiz, la primera Carta Magna que emanaba de la soberanía popular del pueblo español. Dos siglos se cumplen también de la Junta celebrada en Santa Coloma el 8 de diciembre de 1812, una reunión que aglutinó las aspiraciones provincianistas riojanas y germen de la futura autonomía.
Con la llegada del siglo XIX, época abonada para el nacimiento de regionalismos y nacionalismos, los riojanos se encontraron en la tesitura de elegir su propio destino, si bien con el handicap de que, por aquel entonces, la provincia de Logroño ni existía ni tenía visos de existir.

Atrás quedaban dos décadas preñadas de fechas claves. En 1783 «se reunieron cincuenta y dos pueblos de la Rioja a tratar de los medios de facilitar la extracción de sus cosechas de vino que cada día se aumentaban y mejorarlo». Cuatro años después el rey Carlos III permitía la agrupación de «los representantes de los pueblos de Rioja», bajo la supervisión del intendente de Burgos. En 1790 Carlos IV aceptaba que  la Real Sociedad Económica de la Rioja castellana quedara compuesta por «un comisionado de cada uno de los pueblos de su demarcación».  Las primeras Juntas Generales se constituyeron el 8 de mayo de 1790 en la villa de Fuenmayor.

Pero si los primeros pasos del sentimiento regional tenían objetivo económico, fue la Guerra de la Independencia la que aglutinó el resto de los intereses comunes. Desde los albores de la lucha contra Napoleón, las fricciones entre los mandos de las Intendencias de Burgos y Soria y las partidas guerrilleras de La Rioja fueron continuas, lo que derivó en un sentimiento de unidad territorial frente a una autoridad que se sentía como foránea. Surgió entonces la Real Junta de la Comisión de Armamento e Insurrección General de La Rioja, radicada en Soto, que incluía al «…país comprehendido desde el río Tirón hasta el Alhama con inclusión de la ciudad de Alfaro y todas las serranías cuyas aguas corren al Ebro».
Y, aunque la mentada Junta fue disuelta por el Gobierno en diciembre de 1811, un año más tarde –el 8 de diciembre de 1812– se reunieron en Santa Coloma los comisionados de 59 localidades para debatir las propuestas que enviarían a las Cortes de Cádiz. De allí salió la exigencia de reunificar La Rioja como provincia y tres días más tarde se creó la Diputación Provincial. Pero, aunque el regreso al trono de Fernando VII truncó cualquier aspiración, la semilla comenzaba a germinar.
Tan interesante capítulo de la Historia de La Rioja está siendo investigado en profundidad por la doctora de la UR y directora del área de Historia del IER, Rebeca Viguera, bajo el auspicio del propio Instituto y del Parlamento regional.

El Archivo Histórico de La Rioja custodia, dentro del Fondo Familiar Alesón, una «representación» que el posteriormente diputado Nicolás Alonso de Tejada elaboró para las Cortes de Cádiz. La carta, de agosto de 1813, reivindicaba las virtudes que La Rioja atesoraba para convertirse en provincia, como se había remarcado meses antes en la Junta de Santa Coloma. Estos son algunos de sus interesantísimos párrafos, en su ortografía original: «Señor: …en nombre y en voz de cuasi todo el país que desde el mediodía regala con sus aguas al hermoso Ebro, viene a la presencia de V.M.: (…) La Rioxa, este rincón ídolo de españoles y estrangeros, descansa sobre sí misma, sin baluartes, sin blasones, sin envidia, sin vanidad y sin algún estímulo sensible que conserve su fuego patriótico… Nada le hace falta; si algo desea es ver peligros y enemigos de su valor para sobrepujarlos y vencerlos. Así lo juró y aún sin ello lo ha cumplido, pues no ha olvidado las asperezas por donde sus abuelos caminaron a ocupar el alto asiento de la inmortalidad. Sólo quiere lo que se la debe de justicia. Quiere la libertad, quiere salir del estado de pupilo y no ser por más tiempo el juguete de la ignorancia y del desprecio de sus antiguos tutores. Navarra, Álava, Burgos y Soria, que la circunvalan, se han disputado en diferentes edades a quién de ellas tomaría más parte para enriquecerse; hasta el genio fiscal de la Real Hacienda quiso imitar a los conquistadores. Y ha llegado a tal su desgracia, que sólo se la recompensó con plantar cuasi en medio de sus entrañas aquel funesto edificio que llebó hasta su muerte el dictado de [la] Ynquisición de Navarra…!».

Y prosigue: «Las cordilleras que desde montes de Oca al Aragón ciñen esta Rioxa, dan paso cerca de la villa de Haro al magestuoso Ebro, el cual recibe en su seno el Tirón, Hoxa, Naxerilla, Yregua, Cidacos, con otros de menor nombradía, ríos envidiables por la delicada pesca que abrigan en sus ondas y corrientes, y por la abundante y rica variedad de producciones que ofrecen en varios puntos de su tránsito; ayudados de un feliz clima y de la fatiga de sus naturales, aunque desnudos de las obras del arte, como en palmas la planteó naturaleza, para que sola y señera presentase quanto era menester y ostentase su hermosura diciendo a los ojos de quien la mira «soy pequeña, es verdad, pero mis gracias y atavíos naturales, la numerosa población que sustento en pequeñas porciones, la fertilidad de mi suelo, ricos y abundantes pastos ocupados con ganado de toda especie, olivares, viñedos sin cuento, granos y semillas, cañamares, linos, maíces, legumbres, frutas y verduras delicadas, regalada por los vientos, esenta de pestes, poblada de montes y arboledas, sin llanuras estendidas que enojen, presento montichuelos, colinas, oteros, no me faltan minas de hierro; dotada estoy en fin de cuasi todas las gracias que ha menester la especie humana; anhelo por la multiplicación de fábricas, palomares, colmenas, moreras, que unido a la exquisita caza de cielo y tierra, dispenso a mis hijos la necesidad de registrar el oriente y occidente; nada por último falta de parte mía. Dégeme sola el gobierno, restitúyame mi propio nombre y vuelva sus ojos a mi abundancia.
«En una palabra –concluye–, tengo suelo sano y rico, soy poderosa; estoy grandemente poblada; puedo valer quatro veces más; pero venga mi nombre, pues que soy y debo llamarme probincia, sin que me desgarren las cenizas de Numancia, los bosques y llanuras de Burgos, ni la cándida Álava».

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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