Los socialistas patrios se enfrentan a un nuevo lío a costa del fervor nacionalista de su periferia. En vez de debatir en profundidad sobre la renovación de cargos, ideas y argumentos –que falta les hace–, las huestes de Rubalcaba andan a la greña sobre las relaciones bilaterales entre el PS español y el PS catalán. Y es que, tras la hecatombe electoral que sacudió la candidatura de Pere Navarro a la Generalitat, los socialistas de aquel «pequeño país llamado Catalunya, que está ahí arriba» –que diría Pep Guardiola– se han envuelto en la cuatribarrada cual tabla de salvación.
El disgusto no es nuevo, ni mucho menos, pero en su versión más moderna estalló cuando Pasqual Maragall quiso ostentar el título de ‘molt honorable president’ a costa de lo que fuera. Para más inri, y viendo que con esa deriva el PSC había encontrado veta, el entonces líder opositor Rodríguez Zapatero no tuvo mejor ocurrencia que lanzarse al vacío, y sin red: «Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán».
Maragall permutó socialismo por catalanismo en su cuaderno de bitácora y Montilla, el sustituto, tampoco supo enmendarle la plana. De aquellos polvos vienen estos lodos, primero con un tripartito nefasto –neciamente pilotado por Esquerra Republicana– y, ahora, en el ostracismo electoral, con la rebelión del PSC en un momento crítico para la izquierda, no sólo en España sino en Europa entera.
Pero… ¿cuándo se caerá el PSOE del burro? ¿Cuándo se dará cuenta que los términos ‘socialismo’ y ‘nacionalismo’ son incompatibles? ¿En qué momento de la historia de España evitará que la bandera rojigualda siga siendo emblema exclusivo de la derecha y, al tiempo, defenderá la singularidad de un país que, sin la diversidad que le es inherente, no tendría razón de ser ni existir?