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Marcelino Izquierdo

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Vendimiar a finales del siglo XIX: agachar el riñón y arrimar el hombro

«Para conocer el origen y la calidad del vino no hay necesidad de beber todo el barril» (Oscar Wilde)

 

A lo largo de las últimas décadas del siglo XIX, el vino de Rioja se convirtió en la locomotora económica de la entonces provincia de Logroño, ante la caída de los precios de los hasta entonces productos estrella del campo: el cereal, muy afectado por las importaciones, y la lana, víctima del auge de los tejidos vegetales.

Como explica el historiador Francisco Bermejo, en 1860 la superficie que se cultivaba en la actual comunidad autónoma de La Rioja era de 130.000 hectáreas, cifra que se elevó considerablemente hasta las 200.000 en los albores del siglo XX.

De hecho, el crecimiento de la producción agraria se había generalizado en toda España, una vez enterradas las Guerras Carlistas y al amparo de una cierta estabilidad política y social propiciada por la Restauración, que habían pactado Manuel Cánovas del Castillo y el riojano Práxedes Mateo Sagasta.

La Rioja, ‘mejor que la media’

Sin embargo, el incremento de la producción registrado en La Rioja fue casi tres veces ‘mejor que la media’ nacional, sobre todo a causa de la expansión del viñedo, que pasó de ocupar el 19% de la tierra en 1860 al 24% cuatro décadas después. El cultivo mayoritario seguía siendo el cereal, con el 77% y el 69% de la superficie, respectivamente, si bien la riqueza que aportaba el sector vitivinícola era superior.

En la década de 1880, la producción de vino alcanzó el récord de 129 millones de litros anuales en La Rioja, gracias a la industria enológica que muchos bodegueros de Burdeos habían instalado en la zona de Haro para, de esta forma, poder superar la plaga de filoxera que asolaba las vides francesas.

Además de multiplicarse el trabajo, sobre todo en la época de la vendimia, también crecieron los salarios de los jornaleros, que laboraban en cuadrillas desde que apuntaba el alba hasta que el sol trasponía el horizonte.

Y lo hacían igual que sus antepasados a lo largo de los tiempos, pues hasta el siglo XIX la variación de las labores vitícolas había sido mínima. Cortando los racimos con sus afilados corquetes, los vendimiadores depositaban las uvas en los cunachos –cestos elaborados con láminas de castaño y vara de avellano–, hasta que éstos rebosaban. Como se ve en la imagen, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, todos eran uno a la hora agachar el riñón y de arrimar el hombro.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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