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El otoño robado

Inmerso en el atasco urbano de Pamplona, observo desde la ventanilla del coche a un grupo de niños que juegan en el parque de la Taconera. Corren y saltan de un lado para otro en singular competición, que al parecer consiste en capturar al vuelo las hojas secas de los plataneros antes de que lleguen al suelo. Avanzo unos metros y otro semáforo me detiene. Unos ancianos conversan bajo los amarillentos castaños de indias, sentados en un banco del parque. Ha llegado con fuerza el otoño a la ciudad y explotan los tonos de la naturaleza en sus calles y aceras. Las hojas lo inundan todo. Al pasar por la ciudadela el atasco parece desaparecer, y los álamos del parque azotados por el viento despiden sus hojas ocres que como lluvia de oro se depositan sobre el verde de la hierba.

Abandono la vieja Iruñea con la profunda esperanza de un pronto regreso.

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Mediado noviembre la tarde se acorta ya demasiado. Las heladas asolan a los árboles caducifólios que con desgana van desprendiéndose una a una de sus hojas. Esas que nacieron a finales de febrero, y que durante casi diez meses han servido fielmente al árbol para sobrevivir.

Un árbol que se resiste a la oscuridad del cercano invierno, y poco a poco va retirando la savia -su propia sangre-, de las ramas mas alejadas. Las hojas se tornan amarillentas, rojizas ó anaranjadas, según la especie, y terminan por caer al suelo.

La caída de las hojas, y su cambio de color, es en sí mismo uno de los más agradables contrastes del otoño, y evidentemente la época en que más atractivo resulta un árbol caduco.

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Se ha ocultado el sol. Entro en la bimilenaria Calahorra por la avenida de la estación. De nuevo en otro atasco, pero algo ha cambiado. Una maraña de árboles mutilados me contemplan desde el Mercadal. Desnudos de hojas y ramas, llorando savia por los muñones. Les han robado el otoño. Las aceras limpias, los niños ausentes, el invierno adelantado. No hay explosión de colores, ni lujuria de tonos pastel. La infame tijera de podar ha cercenado toda una estación, el otoño.

Nos han privado de pasear bajo el otoño urbano, de pisar las hojas secas, del húmedo olor otoñal, del jolgorio de las aves que intentan llenar bien el buche ante el cercano invierno, de disfrutar del árbol dormido, que no muerto. ¿Quién ha ordenado tan soberano despropósito?.

Alguien que bien se podía haber metido la tijera de podar por el… Tal vez alguien que desde su suprema ignorancia desconoce que un árbol no se debe podar hasta que esté desprovisto de hojas y con la savia parada. Tal vez alguien que pretende ahorrar trabajo a la empresa de limpiezas, y que a su vez esta se ahorre algún que otro puesto de trabajo. Que las hojas en el suelo no dan sensación de suciedad. Alguien que no se ha enterado todavía de que en las ciudades se plantan árboles para dulcificar el hormigón, para amenizar la vida, para dar un punto de verdor y de naturaleza. Una naturaleza que tiene cuatro estaciones, no tres.

Gracias a ti, -irresponsable desde tu responsabilidad-, seas quién seas, por habernos robado el otoño.

El año que viene repites.

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