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José Glera

La Poda

Cómo hemos cambiado

Hablaba el lunes el bodeguero Miguel Merino en el transcurso de una cata de sus vinos (impresionante el Unnum 2009, apúntenlo) del cambio que ha experimentado la calle Laurel en los últimos tiempos. Por Laurel entiendo las calles anexas también. Y no le falta razón. Es una calle histórica, reconocida, famosa y anhelada sobre todo por quienes no la conocían salvo de oídas. Su metamorfosis es indiscutible y, sobre todo, alabable. Gracias.
El Laurel debió ser siempre la bodega más importante de Rioja. Sin embargo, durante muchos tiempos no lo fue. Malos vinos en muchas ocasiones que más que satisfacer a los sentidos lo hacían al cuerpo, pero por su efecto laxante. Eran tiempos del chiquiteo salvaje, del todo vale, de cuadrillas que ya no existen. Era el viejo Laurel, que sobrevivía gracias a bebedores y a su fama entre los que ignoraban la realidad.
Todo ha cambiado. Ha maridado vinicultura con gastronomía. No solo se pueden beber grandes vinos, sino degustar suculentas tapas. Además, el protagonista no es ya el tabernero que ‘coloca’ el caldo que más rendimiento le deja; ahora, el primer actor es el cliente, que puede elegir. Y lo hace. Ya no se pide un vino; ni un Rioja; ni un crianza; se pide una etiqueta. La oferta es muy respetable. De Rioja y de fuera de Rioja. Vinos a euro, pero también a seis; pueden pedirlos o no. Yo lo hago (no siempre). Es mejor un vino bueno que tres malos. Es mejor satisfacer a sentidos y cuerpo que no al último únicamente. Ahora sí que es un gran escaparate para el Rioja y La Rioja. Ahora sí que puede ser una calle famosa. Méritos hace.    

La Poda

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