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Loco por incordiar

Marcha atrás

En la historia de los métodos anticonceptivos, pocos han gozado de la popularidad de la marcha atrás: el venerable coitus interruptus, ese quitarse a tiempo que algunos de sus usuarios más conspicuos han llegado a convertir en arte o al menos en disciplina deportiva de admirable pericia. Con todo, debemos reconocer que su eficacia siempre ha sido más que dudosa y que, si uno quiere evitarse sustos, conviene dejarse de intrépidas gimnasias y acudir a la tecnogía o a la química, según los gustos y las necesidades de cada cual.

Sin embargo, el ministro Gallardón ha decidido ahora embarcarnos a todos en una formidable marcha atrás, en un desandar lo andado tan difícil e ineficaz como un coitus interruptus, que además amenaza con montar en esta España, tan fatigada de problemas, otro follón de mil demonios. ¡Ni siquiera ha encontrado un eco unánime en su propio partido! La reforma de la ley del aborto acabará naciendo, pero con fórceps y sin epidural.

Marcha atrás.

De la ley de plazos a la vieja ley de supuestos del año 85.

A mí me costaría mucho abortar, porque creo que el embrión encierra al menos la promesa de una vida humana, pero me veo incapaz de imponer mi criterio ético sobre unas mujeres a las que además, una vez paridas, el Estado abandonará a su suerte. Allá cada cual con su conciencia. Los datos, además, resultan incontestables: aborta la misma gente con una ley que con otra. Solo que donde antes había hipocresía, malos tragos y mentiras (y sobornos y excursiones a Londres de las niñas bien) ahora existe igualdad, atención médica e higiene. Con eso quiere acabar el ministro Gallardón y quizá solo por el placer neroniano de dar la nota provocando un nuevo y absurdo incendio.

(*) En la fotografía, de mi compañera Sonia Tercero, una chica lleva una pancarta que, a la luz de las estadísticas, parece razonable: “Estar en contra del aborto no es estar a favor de la vida, sino a favor del aborto clandestino”.

 

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