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piogarcia

Loco por incordiar

Carbón

Comprendo que los griegos estén hartos. Y comprendo que sientan la tentación (y hasta la necesidad) de votar a Syriza, aunque en sus propuestas haya ese ingenuo toque de rebeldía adolescente que tiende a convertir el mundo en un simplón cuento de caballeros contra dragones.

Los economistas más serios (incluso los más conspicuos enemigos del liberalismo) avisan de que, si se aplican unilateralmente, las medidas de Tsipras supondrían –casi inmediatamente– la quiebra de Grecia y su salida del euro, con su inevitable corolario: paro aún mayor, terrible miseria, fuga de capitales, ruina absoluta y un inmediato contagio a las economías débiles de la UE: Portugal, Italia, España.

Pero si yo fuera griego y me lo hubieran quitado todo, quizá también votaría a Syriza. Lo haría sin ilusión, sin énfasis, sin apenas esperanza, con la desesperación del moribundo que, desahuciado por la medicina convencional, recurre a un curandero

Por eso me cuesta mucho entender la cerrazón de la troika y de los jefazos europeos, que ni siquiera en estas circunstancias han sido capaces de abrir un poco la mano con Grecia. Olvidan que incluso en la economía rigen algunos principios de la física: cuando uno va llenando de agua un embalse y no abre una salida, al llegar a un punto la presa acabará explotando y la formidable riada se llevará todo por delante.

Hay algo tópicamente alemán en esta rigidez absurda, en esta tozudez inflexible que puede hundirnos a todos (¡incluso a ellos!) por ese prurito calvinista de machacar a los pecadores, indignos de recibir la misecordia de los justos. Si Syriza gana, el mérito no será de Tsipras, sino de los iluminados germánicos que llevan años enrocados en su ortodoxia. Para ellos pido carbón. Kilos y kilos de ese carbón húmedo, oscuro y triste de la cuenca del Ruhr.

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