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Loco por incordiar

Cuba

Raúl Castro miraba al suelo con sus ojillos de conejo y su flequillo duro, revolucionario, agreste. Obama también miraba al suelo, aunque había una cierta gallardía en su porte de jugador de baloncesto, con su pelo ensortijado, ya casi blanco. Se encontraron en el vestíbulo de un hotelazo en Panamá y se dieron un apretón de manos. Luego, ya casi a solas, repitieron el gesto y se permitieron el lujo de sonreírse. Aquella leve risa fue derritiendo, como un soplete, cincuenta años de guerra fría.

Cuba es una dictadura. Conviene repetirlo porque absurdamente todavía hay quien piensa que aquello es la democracia total, el no va más de las repúblicas populares (en las repúblicas populares, curiosamente, el pueblo pinta poco). Quienes dicen (¡y hasta publican!) que en España no hay libertad de prensa, quizá deberían leerse todos los días los periódicos cubanos. Hace unos días, cuando Fidel, que llevaba varios meses medio muerto, reapareció en una fotografía con su inseparable chándal, el ‘Granma’ la publicó con hermoso titular a cinco columnas: «Fidel es una fuera de serie». En fin. Hasta el telediario de la Primera sentiría vergüenza de decir eso de Rajoy.

Cuba es una dictadura geriátrica y lleva la fecha de caducidad en la tapa, como los yogures. No tiene sentido (ni para España ni para Estados Unidos) andar estrechando la soga sobre el cuello de los cubanos, una política mezquina e ineficaz, que solo ha traído más miseria a la población caribeña. Ni podemos ponernos duros con los Castro mientras le hacemos corteses reverencias al rey saudí, un delirante sátrapa con dinero. Por eso me alegro de que Obama haya dado este paso. Y me alegraré de que Cuba vaya caminando hacia la democracia, aunque sea hacia una democracia imperfecta y llena de agujeros, como la nuestra: una democracia real.

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