>

Blogs

piogarcia

Loco por incordiar

Miedo

Aquel hombre me miraba.

Yo estaba metido en la cama, embozado, escondido en mi trinchera, sin atreverme casi a respirar, pero sabía que aquel hombre me estaba mirando y esa acuciante certeza me afilaba los nervios. A veces asomaba la cabeza por la sábana con la esperanza de que el intruso se hubiese ido. No. Ahí estaba. Sentado en una silla, inmóvil, amenazante, silencioso, impávido, cruel. Llevaba sombrero y me miraba fijamente. A lo lejos se oía la televisión. Echaban Curro Jiménez. Quería gritar, pero las palabras hervían en la garganta y se esfumaban antes de ser pronunciadas.

Estaba petrificado: intuía que cualquier movimiento, por pequeño que fuera, podía desencadenar una hecatombe. Llegué a desear que aquel hombre se abalanzara sobre mí y me golpeara con saña, que acabara así de una maldita vez con ese tiempo congelado, con esa insoportable expectativa de catástrofe.

Veinte años después, estaba sentado junto a mi novia en un banquito metálico del aeropuerto Charles de Gaulle, en París. Teníamos que coger un vuelo hacia Ajaccio (Córcega). Eran las diez y media de la mañana. A nuestro lado alguien había dejado una humilde y ajada mochila de color pardo. Quince minutos más tarde, aquella mochila solitaria, pacíficamente tumbada sobre el banco, se fue convirtiendo en una amenaza cada vez más terrible. Barruntábamos que su vientre abultado escondía algo atroz y espeluznante, algo fúnebre.

A las once menos diez avisamos a los gendarmes y nos fuimos lejos de allí.

El miedo puede convertirse en un enemigo poderoso y asfixiante, opresor como una dictadura. Entonces conviene recordar que esos hombres malvados que nos miran fijamente suelen ser los pantalones y las camisetas mal colocados en la silla.

Temas