A petición del público, cierro aquí la excursión por las tres zonas de copas nocturnas que en Logroño han sido… antes de que el Casco Antiguo se ofreciera a alojar dicha actividad. En el principio fue la Zona, la Zona única, la que todavía se sigue llamando así; a rebufo de su éxito nació otra que no llegó a cristalizar y también mereció unas líneas en este blog: era la que tuvo la calle San Millán como eje. Y la tercera, que surgió por aquella misma época (mediados de los años 80), ha sido citada aquí repetidamente en los comentarios de mis queridos corresponsales: se aposentaba en el tramo final de Jorge Vigón, con epicentro en el fallecido pub Cristal.
Yo no la frecuenté mucho. Si caía por allí casi siempre era para pasarme por el Isopo, garito con varias vidas ahora resucitado como cafetería de barrio y bautizado como Sol Nórdico (curioso e intrigante nombre, por cierto). Creo que su momento de esplendor me pilló ya demasiado veterano para apreciar la gracia del Cristal y su colección de vespinos en la puerta, que invitaban según recuerdo a conquistar la calle como si fuera Montmeló: aquellos émulos de Ángel Nieto instituyeron un circuito inofensivo que les llevaba hasta las famosas ‘eses’ de Albia de Castro, a la altura del D´Elhuyar. Unas curvas que no todos los pilotos supieron negociar como debían, de modo que regresaban tullidos (pero felices) al hogar materno: esto es, el Cristal.
Como se deduce, aquel fue un bar netamente juvenil, más propio para la clientela que daba sus primeros pasos nocturnos, de modo que estaba un poco como fuera de lugar en una ruta más propia para dipsómanos veteranos. Así ocurría en el vecino Pierrot, hoy transformado en otro bar de barrio, pero que en su buena época fue la primera piedra de aquel itinerario. La ronda seguía en el mentado Cristal y concluía en el Lyon, ahora también reconvertido en taberna british aunque con la clientela más fiel de la que tengo noticia por Logroño. Fin de la excursión, salvo para quienes como yo se animaban a cruzar la acera y penetrar en el Isopo, cuyo aliciente máximo no era tanto las copas como dos hallazgos en los que fue pionero: la recuperación del futbolín y el billar americano. Dos pasatiempos que triunfaron, como tantas cosas, en cuanto también supieron enganchar al público femenino: atraía como un imán a los parroquianos que ingresaban en el garito y se topaban con unas cuantas damas en decúbito prono, taco en ristre, dándole a la carambola. Una propuesta imbatible que, sin embargo, ha ido declinando pero que entonces representó una curiosa conquista arrebatada a su hábitat natural, los salones de juegos. Claro que éstos eran casi cosa de hombres. Como el coñá.
Este repaso de la Zona de de Jorge Vigón, aquella tercera vía, quedaría sin embargo incompleto si no se añadieran a sus epígonos. Hemos citado Albia de Castro unas líneas arriba: la calle, la curiosa calle curvada y ahora truncada por la playa de cemento alrededor del polideportivo de Lobete. Volvemos sobre nuestros pasos para recordar que aquel recorrido se detenía allí, como una extensión con un punto más rocanrolero, rama jevi. Así se sustanciaba la oferta musical del veteranísmo Jake, venerable garito con inclinación metalera que resiste ya como solitario enclave y rebautizado desde su original denominación como Camarote. Antes le acompañaron otros garitos también memorables: casi pared con pared se erigía el Plas y un poco más allá, ya en la plaza, aquel exitoso Blue Moon que me tuvo entre su clientela sabatina unas cuantas noches, atraído por su buen gusto en la elección de los discos. Hoy, clausurado igual que su hermano de la esquina, el pub Los Delfines de insólita decoración (sí, en efecto: lleno de delfines), sirve para recordar lo que aquella Zona representó un día: una alternativa que no llegó a triunfar pero que hoy sobrevive, con bastante buena salud, como un itinerario de bares de barrio, propicios para el aperitivo, el almuerzo, el cafelito de media tarde, el vino de última hora y hasta alguna copa de madrugada. Es decir: Logroño en estado puro.
P.D. El mentado Jake alcanzó como pronosticó Warhol su cuota de popularidad en los años 80. En su caso, porque estaba regentado por una de las chicas miembros del festivo grupo Las Vulpes, banda punk que alcanzó sus quince minutos de celebridad gracias a la censura a que fue sometido su tema ‘Me gusta ser una zorra’, cuya letra vista retrospectivamente sólo mueve a la sonrisa… salvo para aquellos que se escandalizan con cualquier cosa. Aquí os dejo un enlace a youtube con su mítica actuación en el no menos mítico ‘La caja de ritmos’ por si alguien lo quiere comprobar por sí mismo.