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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bares color caqui

Bar Trompeta de Plata, en Logroño. Foto de Juan Marín

Recogiendo una amable invitación dedico esta entrada a rememorar los tiempos color caqui y los bares de semejante tonalidad que poblaron los alrededores de cuarteles en los tiempos inmemoriales del servicio militar, mili para el vulgo. Lo hago a partir de un caso bien logroñés: el bar Trompeta de Plata, cuya suerte quedó unida antaño a los avatares del vecino cuartel de Artillería, aunque no se encargara tanto del toque de diana como del toque de retreta.

Ocurre que así como solía haber un bar pegado al cogote de la redacción de cualquier periódico, cosa semejante ocurría en el universo militar. Eran locales que servían como extensión del cuartel y así acontece con el mentado Trompeta, que incluso contaba con taquillas para que los mozos dispusieran de ellas, una vez se cambiaban el traje de romano (o de bonito, que ambos términos existían en nuestra jerga) e ingresaban vestidos ya de civil en las calles logroñesas. Se dice Logroño como se puede citar cualquier otro rincón de España: el que conoció quien esto firma se anclaba en el barrio que llaman Campamento, mediado el camino que va desde San Roque a La Línea de la Concepción en el lejano Campo de Gibraltar, y era gemelo de nuestro Trompeta: mesas con perennes jugadores de cartas, imantados a la formica, barra especializada en la manofactura del plato único bautizado como completo y un breve biombo que hacía frontera con una suerte de vestidor, donde se ejecutaba ese rito de despojarse del traje de soldado y disfrazarse de paisano. A veces, tal bar ejercía de fonda: en los pisos superiores se arracimaban estancias repletas de camas, donde los privilegiados aprovechaban el pase pernocta. Las habitaciones reproducían la estética cuartelera, con la ventaja de que nadie exigía hacer guardia. Allí arriba tampoco existían las imaginarias.

Pero este tipo de bar, en sentido estrictamente hostelero, pasó a la historia por la dedicación infinita a la producción en serie de esos platos donde se despachaba la mercancía idolatrada por su clientela militar: dos huevos fritos, patatas igual de fritas y muslos de pollo o filetes de lomo a elegir como aporte cárnico. Contaban que semejante alimento formaba parte de la dieta casi única del boxeador llamado Urtain, mito de los años 70, y así se conocía en media España. En mi caso, usábamos una nomenclatura equívoca: le decíamos completo, polisémico vocablo que servía en alguna barra para ofrecer ese clásico de sobremesa compuesto de café, copa y puro. De modo que podía suceder que al primer completo le siguiera este segundo.

Pero como quiera que el servicio militar tenía la costumbre de enviar a los quintos indígenas lejos de su patria, el Trompeta fue una barra más frecuentada por forasteros que por autóctonos, salvada sea la excepción de los llamados voluntarios, mozos que optaban por quedarse en casa haciendo la mili a cambio de ofrecer al Ejército unos cuantos meses más de servicio. Así que uno tuvo que esperar a licenciarse para conocer el Trompeta y encontrarse con lo que no quería: el mismo bar de la misma mili, sólo que a diez minutos de casa. Idéntica monodosis de completos (a precios imbatibles, eso sí: la paga del soldado era exigua y los taberneros adaptaban a ella sus tarifas) y similar paisaje. Cortes de pelo uniformes, parecidos chistes y las dichosas batallitas que todos hemos contado tantas veces como oído. Así que no quedó más remedio que huir. Huir de La Trompeta porque una vez que has conocido el mundo caqui es lo único que debes hacer: huir de él. De hecho, pasan los años y veo que sigo huyendo de sus inverosímiles reglas, surrealistas escenas y demás  parafernalia. Confiesa el escritor Muñoz Molina que todavía hoy se levanta algún día sobresaltado de la cama pensando que sigue haciendo el servicio militar. Le juro a usted que no es al único que le pasa: esa trompeta no deja de sonar en alguna cabeza.

P.D. El planeta de bares de color caqui adquiere a las afueras de Logroño una tonalidad azul, propia del uniforme de aviador que colonizó los garitos del entorno de Recajo. Como muchos de ellos lucen a su entrada una luz roja y este blog puede ser leído por menores, no abundaré en tal cuestión. Y hablando de menores: para muchos de los púberes logroñeses Trompeta es hoy sinónimo de botellón, nuestro gran bar al aire libre, puesto que los jardines, parques y oscuros rincones al bar de la calle Trinidad son el escenario clásico para semejante práctica. El único modo de iniciarse en la ingesta de alcohol al que son ajenos los clientes conspicuos del Trompeta: aquellos soldados de mi quinta y alrededores a quienes hoy brindo esta entrada.

 

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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