El primer bar de tapas de Logroño para mi generación fue el Victoria. Me refiero al antiguo Victoria, el ubicado en la muy castiza calle de Carnicerías, que tan buenos recuerdos me trae: el afilador/paragüero encajado en el portal de una vivienda, la espectacular tienda de Rosi (Mantequería Suiza), la carnicería de Tere y Valentín y sus filetes de caballo (jugo incluido), La Tropical, la panadería de Garpesa… Hoy es una calle que apenas nadie pisa si puede eludirlo, porque se convirtió a la nueva religión de las copas del fin de semana, con el evidente deterioro: añada el improbable lector el feo aspecto del abandonadísimo solar que hace esquina con Zaporta para que se entienda que un logroñés conspicuo evite darse por allí un paseo.
Así que a los méritos propiamente hosteleros del Victoria habrá que añadir el buen ojo de sus dueños cuando se mudaron desde aquel emplazamiento hasta su actual sede en Víctor Pradera: atrás dejaban un enclave no especialmente apropiado para el tipo de local que defienden. Para mí fue sin embargo una desilusión: me había acostumbrado a iniciar la peregrinación por los bares del Casco Antiguo con una paradita en el Victoria, que solía presentar llenos multitudinarios y me obligaba a ejercitar los codos hasta hacerme con un hueco en la barra, salivar con sus golosinas y decantarme por mi pincho favorito: una tostada con queso rematada por un revuelto de ajetes. Suculento. Pero, sobre todo, era revolucionario: por primera vez un bar de Logroño aspiraba a parecerse a cualquiera de San Sebastián.
Porque en materia de tapas, hasta entonces lo habitual era la santísima trinidad de los bares logroñeses: o bien carecían de ellas y sólo despachaban bebidas, o bien ofrecían manjares poco atractivos casi por compromiso, o bien se inclinaban por la tercera vía, la vía de la tapa única, el monocultivo gastronómico. El Negresco tenía sus mejillones con tomate picante, el Soriano sus champis, el Jubera sus bravas, el Perchas sus orejitas, el Blanco y Negro sus anchoas…. Cada cual se había especializado en un bocado en exclusiva, de modo que las barras solían lucir bastante mustias. Nada que ver con la moderna polifonía de colores, olores y texturas que de repente desembarcaron en el Victoria: la comida entraba por los ojos, literalmente, de modo que empezó a ser habitual que cuando algún conocido recalaba entre nosotros le guiáramos de inmediato a la calle Carnicerías para presumir de bar.
No siempre había sido así. Mis primeros recuerdos del Victoria me remiten a un bar como tantos otros, con sus mesitas a la derecha según se entraba, poca iluminación y los mismos clientes repetidos una y otra vez. Un bar que de repente se iluminó, como se iluminó España entera a mediados de los años 80: la modernidad había llegado y en el caso del Victoria se materializó en forma de gollerías de diseño, que en los 90 se mudaron con el propio bar frente a los juzgados. Este otro Victoria lo he frecuentado menos. Ignoro la razón, porque cuando me he acodado en su barra me ha deslumbrado como al resto de la clientela tanto buen gusto en su oferta gastronómica. La misma que hoy, luego de su transformación, sigue despachando a ritmo sobresaliente, con la particularidad de que a diferencia de otros bares históricos cuya metamorfosis ha resultado, hum, mejorable (La Granja, Ibiza) el nuevo Victoria me parece que mantiene intacto el espíritu anterior, pero perfeccionado: la hermosa tipografía empleada para rotular la puerta de acceso, la decoración interior, la cocina a la vista según es moda reciente… Metales y maderas para recordar que hubo un Victoria anterior, al que rindo hoy sentido homenaje: aquel de Carnicerías que para toda una generación fue su primer bar de tapas.
P.D. El nuevo Victoria, fiel a su origen, reivindica sus raíces colgando de sus paredes una hermosa colección de fotos antiguas que emocionarán a cualquier logroñés sensible a la historia que segregan sus bares. Como nos tiene contado el gran Eduardo Gómez, el local se alza en Víctor Pradera desde septiembre de 1991. Hasta ese emplazamiento lo llevaron Mario y Olga, que han dejado el testigo en manos de Iván, Sonia y Olga, a quienes acompañan ahora esas imágenes en blanco y negro que recuperan la esencia del bar original, el ubicado en Carnicerías. Imágenes que nos devuelven al tiempo en que reinaba en su barra el popular camarero llamado Ojitos . Imágenes que, ay, me temo que ya no volverán.