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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bares sobre ruedas

El tren de Anita, un clásico del Logroño del siglo XX. Foto del archivo de Diario LA RIOJA

 

La cuesta de enero se sube mejor sobre ruedas. Un chiste, ejem, mejorable: lo sé. No se me ocurría otra cosa para iniciar esta entrada que quiero dedicar a una modalidad recién implantada en suelo patrio: los tragos portátiles que, acompañados de bocados muy logrados, se despliegan ante nuestros ojos a bordo de furgonetas, camionetas o vehículos ‘ad hoc’, en cuyo seno habitan misteriosos fogones, neveras diminutas y utensilios de variado pelaje que aseguran la administración de tentempiés de notable nivel. Una tendencia que, en esta vida fugaz por la que nos toca transitar, tiene toda la pinta de haber llegado aquí para quedarse.

En realidad, esos tragos provisionales reflejan muy bien el tiempo que nos toca habitar. De ahí que en esta España que tanto recuerda a aquella en blanco y negro parezca pertinente el regreso de hábitos que suponíamos superados. Porque de toda la vida hubo en Logroño empresarios hosteleros que, en vez de despachar su mercancía en un sitio fijo, distribuían su oferta a lomos de vehículos que forman parte ya del imaginario de cualquier logroñés que peine alguna cana. Es el maravilloso y emblemático caso del empresario apodado El Guaje, patriarca de una saga de emprendedores en el sector hostelero, que empezó ganándose el sustento con su aparatoso carro emplazado según recuerdo en la esquina de Hermanos Moroy con Marqués de Vallejo. Aquel ingenioso caballero esparcía los dones que expedía en tres subsectores: el rincón tropical, donde descollaban los cocos partidos en raciones de más o menos cinco grados (y que refrescaba con su pintoresca regadera de plástico), el área encurtidos, consagrada al pepinillo, las aceitunas y el llamado revuelto (coliflor, zanahoria y otros); y la zona marisco, que incluía como subsecciones el calamarro (también llamado cangrejo), el vígaro o caracolillo (también llamado magurio) y la quisquilla (también llamada camarón).

Nuestro encantador paisano puede ejercer como hipotético abuelo de cuantos luego han seguido su ejemplo en tales prácticas. Se citará en consecuencia esas increíbles camionetas que una bendecida mano transforma en gloriosas churrerías: las hay repartidas por Club Deportivo, la Glorieta, Murrieta y el parque Gallarza, hasta donde yo conozco. No hay que esforzar mucho la imaginación para ver en ellas el precedente de estos otros vehículos más sofisticados que vemos desplegarse por urbes de mayor población, aunque careciendo del encanto de los pioneros. Por ejemplo, ese otro caso que todos hemos frecuentado alguna vez: las furgonetas que se emplazan por El Ferial (vulgo: las barracas), especializadas en bocados más bien salados, con querencia acendrada por el universo alemán (vulgo: salchichas), cuya plancha sirve en esta renovada variante como elemento central para exquisiteces de mayor postín. Primas hermanas de las que desembarcan también por las fiestas de los pueblos llevando a bordo su suculenta mercancía.

Bares sobre ruedas todos ellos, antecedentes de los casos más sofisticados que vamos conociendo, que todavía no han llegado por Logroño pero que ya asoman por el resto de España: así ocurre con el cocinero riojano Koldo Royo, que anda por Mallorca, donde antes defendió un restaurante de larga fama iluminado por la Guía Michelín y sus estrellas, repartiendo bocados a bordo de una furgoneta. Cosas de la crisis. Lo veo por televisión y compruebo que el singular desafío no le arredra: combate la larga noche de la economía declinante radiante de ánimo y completa sus servicios sobre ruedas sirviendo cenas a domicilio. Y tanto la oferta furgonetera como los platos que cocina en casa ajena tienen muy buena pinta, así que me instala la duda de si cuajaría en Logroño una experiencia semejante.

Hablo por mí, pero yo no lo descartaría. Me confieso incondicional de los churros que así se nos despachan desde antaño, añoro también aquel carrito con sus cocos y sus caracolillos y fui igualmente adicto a la oferta salchichera que nos ofrecían por las barracas. No es que ahora no lo sea: es que ya me he ido quitando de las barracas en sí, así como del algodón de azúcar, del tren de la Bruja y de la tómbola donde (casi) nunca tocaba nada. Pero no rechazaría probar uno de esas gollerías que ofrece el paisano Royo ni me importaría ver cómo florecen (siempre que Hacienda y la ordenación jurídica vigente lo permitan) enotecas sobre ruedas, coctelerías sobre ruedas, cervecerías sobre ruedas: insisto, correctamente legislado su ámbito de aplicación y con unas tarifas que también obraran en consecuencia y garantizasen el éxito que persiguen sus promotores. No, no descartaría que triunfen por Logroño, donde tenemos ya la vista acostumbrada: qué otra cosa que tragos portátiles son los innumerables botellones que acampan entre nosotros cada fin de semana.Representan más o menos lo mismo, ese aire furtivo con que ahora parece pertinente despachar un trago. Y contamos con otra ventaja adicional para aceptar esa tendencia: que muchos logroñeses nos hicimos mozos comiendo las pipas que nos ofrecían en el único tren cuyo combustible era el girasol. El añorado tren de Anita que siempre veremos junto al Tívoli si cerramos los ojos: pionero en servir sobre ruedas su glorioso tesoro. Ni alcohol ni tapas, sólo pipas, que nos hacían igual de dichosos. Y es que, en efecto, está todo inventado: incluso la felicidad viajaba entonces sobre ruedas.

P.D. Un inciso para cerrar esta entrada: paso con frecuencia delante de su puerta, pero hasta hace poco no había reparado en el cierre de un local histórico, el despacho de vinos Néstor, sito en Ingeniero La Cierva. Mala cosa. Porque estas bodeguitas, a las que dediqué una entrada hace tiempo, representan una de las más acababas aportaciones riojanas al universo de los bares. Una tipología que se bate en retirada cuando hace no demasiado dotaba de color al sector hostelero logroñés. Sólo resisten Murillo y Gil en República Argentina: especies en vías de extinción. Si fueran animalitos, contaríamos con legislación al respecto para evitar su desaparición.

 

 

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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