Una reciente expedición a tierras andaluzas me llevó a tropezarme con una especie que juzgaba extinguida del universo de bares, un elemento que sin embargo se hizo célebre allá en el pleistoceno, cuando quien esto firma perpetró sus primeras incursiones en los garitos de confianza en compañía de la mano paterna, que le guiaba hacia el maravilloso cosmos del posavasos. Como en aquellos tiempos a los niños todavía no se nos consentía todo (más o menos como ahora), todo lo que uno podía sacar en limpio de las paradas de sus padres para abrevar en Logroño o en tierra extraña era eso: el posavavos. De ahí que esa fuera la colección que nunca faltó en nuestras casas: la de posavasos. Hice esa colección yo e hizo esa colección medio Logroño, la generación precedente y tal vez la que nos siguió. Porque era un pasatiempo que tenía muchas ventajas, pero sobre todo una: que era barata. Bastaba con aguardar a que los mayores liquidaran la cocacola o el biter y ahí estaba, a veces los bordes mojados por el líquido recién servido: los posavasos.
Los posavasos que creía olvidados pero que el garito malagueño llamado Pimpi todavía frecuenta. Pida usted una ronda y ahí verá aparecer su copa, apoyada sobre este artilugio que evita manchar el maderamen de la barra y además le confiere a cada trago un toque pop. Un soplo de nostalgia. Ocurrió que nada más regresar de esa visita al sur español, un lector de este blog, ignorante de tal anécdota, me invitó a dedicarle unas líneas… que son más bien una reflexión en forma de preguntas: por qué apareció el posavasos en nuestras vidas y por qué se retiró tan pronto. Tengo respuesta para las dos preguntas y es la misma: ni idea.
Creo recordar que los primeros posavasos que vieron nuestros infantiles ojos, y en consecuencia se convirtieron en los trofeos que estrenaron nuestras colecciones, se ofrecían en las discotecas que empezaron a menudear en los primeros 70. Tiene su lógica: eran los primeros locales donde se servían copas. Combinados, en la jerga de la época. Como un detalle hacia la clientela, aquellas discotecas colocaban primero el posavasos y luego el vaso, como hasta entonces sólo se hacía en casa. Porque el posavasos se veía confinado a la intimidad del hogar, uno de esos cacharros que no servían para nada, apenas se utilizaban y casi siempre se perdían… justo cuando llegaba alguna visita y más se necesitaban. Carne de lista de bodas, por lo demás. Y una tortura ocasional para la clase de trabajos manuales (también llamada Pretecnología, estupenda palabreja), donde resultaba habitual su aparición en forma de corcho que había que recortar, pegar, alinear… De esa masa informe tenía que salir luego el maldito posavasos. Sí, una tortura.
En realidad, más allá de las dependencias familiares y el adiestramiento en Pretecnología, un posavasos representaba una extravagancia propia de bares que aspiraban a una identidad propia. Un refinamiento que se fue poniendo de moda, al que, por lo tanto, le ocurrió lo que le ocurre a todo el mundo cuando eso sucede: que acaba pasándose de moda a la misma velocidad. Según tengo observado, la ingesta de tragos posavasos mediante se reserva hoy para garitos donde aún se sirven pócimas como el Calisay o el Licor 43 y para bares bárbaros: bares extranjeros. Es común su empleo en los Estados Unidos de América, donde también resulta usual que la copa se acompañe de uno de esos palitos de plástico con que se agitan los ingredientes, tan caros a los guionistas de las malas series de televisión yanqui. Habrá contemplado el improbable lector mil veces la escena: rubia de lánguida melena que deja caer los ojos hacia el galán de turno desde el otro extremo de la barra, una vez que el camarero le ha puesto la copa y ella coquetea con el palito dichoso. Bingo: también juguetea con el posavasos.
Fuera de estos escenarios, y al margen de la querencia que aún acreditan por el posavasos las cerveceras y las cervecerías, el posavavos no existe. O casi. En este blog ha tenido su minuto de gloria ese mundillo tan atractivo de los bares de hotel, uno de los raros lugares de España donde todavía atienden al cliente como si éste fuera de verdad un caballero. Es una experiencia cada vez más anticuada que por eso mismo me encanta: la bebida se sirve en la cristalería adecuada, el camarero casi siempre te llama señor (me encanta), allega un platito de almendras para acompañar la ingesta y nunca te atiende sin pertrecharse antes de posavasos. Ah, los bares de hotel… Ah, los posavasos… Ah, mi colección…
Ignoro qué fue de ella. Recuerdo que contaba con piezas muy singulares, como una decorada por un melenudo afro que anunciaba… He olvidado qué anunciaba pero no olvido por el contrario su hermosa caballera a lo Julius Erving llamando a mi subconsciente con la promesa de lo prohibido, que entonces era casi todo. Sí, también como ahora, más o menos. Han ido desapareciendo de mis manos los posavasos que una vez oculté en los cajones del hogar familiar, aunque he comprobado que todavía tengo alguno por las vitrinas. Por ejemplo, el que ilustra estas líneas. Me llegó, como puede deducirse, desde Estados Unidos en compañía de cinco hermanos a los que jamás he recurrido. Ya ni siquiera me los llevo por la cara de los bares como antaño, porque hace mil años que se perdió esa emoción de la novedad y el posavasos se convirtió en invisible. De hecho, es posible que nos lo sigan ofreciendo y ni siquiera lo veamos, porque el recuerdo principal que nos dejó tiene forma de pesadilla: viernes tarde, años 70, semisótano del colegio San José… Regreso a las clases de Pretecnología…
P.D. Investigando para esta entrada en blog, me he encontrado con esta web que me ha tocado el corazón: todocoleccion.net. Desde ahí me llama el posavasos célebre del Robinson Pub, garito legendario al que debo unas cuantas líneas.
Ahí me esperaba también el del Zona Cero, local vecino del Robinson, también desaparecido. Y desde ahí me saluda el posavasos del Golden, santuario que fue de mi devoción en los primeros 80. Quedaba enfrente de casa, en Portales, y fue durante largo tiempo escenario del cafelito de media mañana. Así que para algo todavía sigue sirviendo el amigo posavasos: para ejercitar la memoria. Para volverse a verse de jovencito atacando el cortado matinal, servido con gentileza. Servido con posavasos.