Pongamos que hablo de Laurel | Logroño en sus bares - Blogs larioja.com >

Blogs

Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Pongamos que hablo de Laurel

Vista antigua de la calle Laurel

 

Una reciente incursión a una hora bastante temprana para los usos habituales en la Laurel me permitió conocer una calle distinta: eran las once de la mañana y sólo estaban abiertos el Sebas y el Soldado, como me corroboró el propio Manolo en esta última parada de semejante viacrucis. Acudí a entrevistarle para una entrada recién publicada en este mismo espacio y acabé entablando tertulia improvisada en torno a la calle Laurel, su vida y sus milagros. Sobre cómo era antaño, cómo se ejercía en consecuencia el rito del chiquiteo. Porque mi propia experiencia apenas es nada comparada con la suya. Mis primeros recuerdos llegan de finales de los años 70, cuando la calle ya era otra, no la fundacional que sí conoció el jefe de El Soldado. “Para esa época, esa calle Laurel ya era más o menos la Laurel actual, la que hemos ido conociendo”, me informó Manolo.

Así que le pedí un ejercicio de memoria que puede también perpetrar cualquier logroñés que peine alguna cana. Porque, según sus estimaciones, en realidad la costumbre de las rondas por Laurel son recientes, en términos históricos. Quienes homologaron esa costumbre por las calles de Logroño destinadas a tal cometido lo solían ejecutar por la Mayor, cuyos bares fue recitando el amigo Manolo con precisión… y con ayuda de un caballero, de quien no tengo el gusto, que acodado en un extremo de la barra iba apuntando aquí, añadiendo allá, recuperando de la memoria algún nombre perdido en el tiempo o confirmando los datos que iba desgranando nuestro legendario camarero logroñés.

De modo que anote el improbable lector. Los pioneros del chiquiteo por Logroño deambulaban por el tramo superior de la calle Mayor entre el Cuatro Calles, el Bretón de Ventura, el Iturza todavía vivo, el Racimo de Oro y el Govi ya periclitados… Superaban el Tigre y la Fonda San Antón, regateaban la bodega Montiel de la cercana calle Santiago y embocaban en el tramo inferior, donde disfrutaban de otro buen rosario de locales de confianza: Bilbao, Relicario, Cosecheros, El Cortijo, Pedro el Riojano, Cuatro Vientos, 600… Estaban también el bar de Chasco, otro garito de nombre olvidado propiedad al parecer de un boxeador, algún local con misteriosa luz roja a la entrada y, finalmente, el Canarias.

Yo desconocía gran parte de ellos, sobre todo los citados en último lugar. Sí que he frecuentado algunos otros, pero la verdad que el chiquiteo mentado, con esa ronda casi infinita, pertenece al universo de mis abuelos según mis cálculos. Más me sonaba la otra serie de garitos donde aquellas cofradías empalmaban su itinerario por la Mayor, puesto que sus pasos les llevaban también por la calle San Juan que entonces todavía no era la que hoy conocemos, aunque algunos bares aún resisten. Es el caso de La Esquina o del Regio (hoy, García), y también del Torres y el Samaray, pero ya han ido falleciendo otros como el Noche y Día y el Mere de la Travesía. Sobrevive el Ignacio en esa misma calle con otra denominación y dijimos también adiós a otros como El Quijote. La ronda por San Juan, aclara Manolo, contaba con una particularidad: que era más precoz. “Los bares, no sé la razón, abrían antes y también cerraban antes”.

Ya estamos allí donde queríamos: en la calle Laurel que conocieron nuestros antepasados. Poco que ver con la actual, aunque algún viejo bar permanece más o menos incólume. En aquel tiempo, recita Manolo, estaban el Taza, Achuri, Torrecilla, Donosti y Buenos Aires; seguimos subiendo la leve cuesta y tropezamos con el Sebas, el Bambi, el Calderas… Y allá al fondo vemos el Blanco y Negro, el Perchas al doblar la esquna y ni siquiera asomaba entonces el Soriano: eran los tiempos anteriores a su fundación, cuando aquella casa se llamaba Gabasa… Poco más. Habrá algún bar que se le olvide a Manolo y se me olvida a mí, así que mil perdones por adelantado. Desde luego estaba El Soldado, a caballo de San Agustín y Laurel, y por supuesto que la ronda era otra: el vino del año era el rey, las tapas ni siquiera existían como concepto y la actividad chiquiteril se prolongaba durante toda la semana, con familias enteras viviendo casi dentro del bar y un febril dinamismo comercial, porque la calle contaba con su buen racimo de tiendas, adosadas a las peripecias propias de los logroñeses que allí también tenían su domicilio.

Porque cuando hablemos de la Laurel, pongamos que hablamos de una calle distinta para cada generación. La mía se hizo mayor en alguno de esos bares citados pero añadió otros (La Mejillonera, los dos locales de la inolvidable gallega, el Bambi, el Páganos) y quienes nos siguieron en semejante práctica habrán añadido los suyos. Como la historia se estudia por capas y siempre es pendular, será curioso saber cómo se reirán nuestros nietos de las andanzas laurelianas de sus abuelos. Sin caer por supuesto en la nostalgia: ya sabemos que todo tiempo fue anterior.

P.D. San Agustín, la vecina calle que a menudo se confunde con la propia Laurel porque forma parte de ese universo uno y trino que incluye también a Albornoz y la Travesía, tampoco ofrece hoy la imagen de antaño. Rememora Manolo los tiempos en que, además de El Soldado, allí apenas se alojaban Las Cubanas, el Florida, Baigorri y el Carabanchel, con los añorados Moi, Nicolás o la Banda Dominguera. Hoy, como entonces, la calle es un estupendo escenario para atender el consejo que nos legó precisamente el santo al que da nombre: porque, como decía San Agustín, “una vez al año es lícito hacer locuras”.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


marzo 2016
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
28293031