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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Los domingos no son lo que eran

Cartel con domingos cerrado

 

 

Hace algunos años, tropecé almorzando un domingo en una venerable casa de comidas de los alrededores de Logroño con el propietario de un conocido restaurante capitalino. Cuando le hice ver mi extrañeza por ese hábito de librar en festivos recién adquirido en su gremio, que de suyo solía abrir sus puertas 365 días al año (uno más si era bisiesto), desde muy temprana hora hasta rozar la medianoche, me contestó que mientras su banco se lo permitiera, pretendía disfrutar del asueto dominical como un cristiano más. Y que en realidad esa era la tendencia del resto del sector: que eran, y son, contados los restaurantes de Logroño que abren en domingo. Una moda que alcanza de un tiempo a esta parte a nuestros queridos bares.

Los hay, en efecto, que dedican ese día al descanso semanal, lo cual tiene su lógica aunque atenta contra un principio antiguo, según el cual el último día de la semana representaba antaño la jornada más feliz para la máquina registradora. Amiguitos, aquellos buenos días ya acabaron. Échadle la culpa al chachacha, a la segunda residencia, a la moda del senderismo o a todo pasatiempo que aleje a los lugareños de su sede natural para dedicar los domingos a otro tipo de aventuras. Los bares que cada mañana, de lunes a sábado como cantaban Carmen, Jesús e Iñaki, albergan a la clientela de confianza bajan la persiana el domingo. Ocurre en el centro y sucede en la periferia. Incluso en las zonas más queridas para el chiquiteador indómito. Esos bares de Laurel, San Agustín o San Juan que echan el candado ese día y contribuyen a ofrecer una imagen mejorable de la bandera de Logroño que todos ellos representan. El paseo se hace entonces más solitario, con menos competencia en las barras de guardia, lo cual suele garantizar a sus clientes una ruta más calmada, detenida y también más dichosa: no hay mal que por bien… Etcétera.

El mesonero Alfonso lo confirmaba una tarde desde su atalaya de la calle Villegas: “Los domingos no son lo que eran”. Una máxima corroborada por Dani desde el García de la San Juan y por quienes defienden otras barras castizas: los indígenas huyen (huimos) de la ciudad y el esfuerzo en recursos materiales y humanos que supone abrir las puertas del local no se corresponde con el negocio que se ve incapaz de asegurar la menguada parroquia que todavía se resiste a abandonar Logroño. Triunfa entonces entre el empresariado la tentación de concederse un respiro al frente de un negocio bastante esclavo. Es la pescadilla que se muerde la cola, o la pesadilla que se muerde la cola que diría mi subteniente Trujillo, personaje memorable: los bares no abren porque no detectan potencial clientela y la potencial clientela se pira por ahí porque los bares no abren. Vaya a usted a saber si fue antes el huevo o la gallina.

Lo cual encierra un peligro del que ignoro si son muy conscientes quienes se entregan a semejante práctica. Si los bares abandonan a sus feligreses, éstos suelen acudir allí donde saben que serán bien recibidos, domingos incluidos. Y es posible que les guste la novedad, que luego repitan y les sean en consecuencia infieles incluso durante la semana laborable: todo un peligro. Porque observo que hay bares que no se conforman con cerrar los domingos: además cierran los sábados por la tarde, cuando (siempre en teoría) llegaba el momento cumbre para la mayoría de ellos no hace tanto tiempo. También es cierto que forman legión los locales que sí abren en festivo para el vermú matinal: como cada vez encuentran menos competencia porque otros colegas del gremio cierran ese día, sus barras presentan un aspecto estupendo para su cuenta corriente en determinados momentos a partir del mediodía. Detecto que muchos de ellos, cuando el parroquiano se marcha a casa a almorzar, cierran la verja y hasta el lunes: pasear por ciertas calles un domingo de otoño invernal por la tarde recuerda en algo aquel pasaje famoso de la peli de Aménabar, ‘Abre los ojos’, con el protagonista recorriendo un Madrid fantasmal por vacío.

Fantasmal y vacío también Logroño en según qué calles en según qué tardes de domingo. Algún bar que sobrevive a la marea del cierre dominical presenta un aspecto desolador, nada atractivo. Mal iluminado, una exigua parroquia formada a veces por un solitario cliente con pinta de necesitar mucho cariño, el camarero absorto con la tele, sin que nada conspire a su alrededor en fomento del hábito de ingresar en ese recinto habitualmente propicio para celebrar la vida… Una pena. Una pena entendible. Los camareros también tienen su corazón, que pueden alimentar con mayor dedicación y energía si se conceden un respiro de este tipo. A costa de que entre nosotros prolifere lo que llama la medicina moderna ‘síndrome del domingo por la tarde’, con efectos conocidos ya analizados por la literatura científica: introspección, melancolía, frustración… Aunque hasta hace poco era peor: podías poner la tele un domingo por la tarde y que apareciese algún ejemplar de la familia Campos acampado en Tele 5.

Una excusa inigualable para acudir al bar más cercano. Si es que estaba abierto.

P.D. Los domingos no son lo que eran tampoco para un sector de la hostelería que jugaba ese día al fijo en la quiniela: siempre cantaba bingo. Me refiero a la gremio de las churrerías. No tanto las de Logroño, del subsector portátil, que alegran la mañana desde las plazas y parques que las alojan: pongamos que hablo de las churrerías de Madrid. Como la que regenta ejemplarmente (modélicos sus churros y porras) la familia Cuenca en la chamberilera calle Ponzano, que encontré clausurada en una reciente excursión dominical: al sábado siguiente, sus ideológos se apresuraron a justificar el cierre, con el argumento de que su clientela fetén ya no son los parroquianos que se apretujaban antaño en sus escasos metros cuadrados para llevarse un manjar inigualable. Su negocio estriba ahora en los bares adyacentes, que pugnan por tan rica mercancía para garantizar un desayuno más español que la bata de cola. Y como los bares madrileños de esa jurisdicción (y de otros tantos barrios del centro) han tomado la costumbre de cerrar en domingo, el amigo churrero hace otro tanto. Y se encoge de hombros: “Algún día habrá que descansar, ¿no?”.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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