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César Luena López

El Blog de César Luena

El profesor Álvarez Junco en el Congreso

El pasado 31 de enero, el Catedrático emérito de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales de la Universidad Complutense de Madrid, José Álvarez Junco, compareció en la Comisión de Evaluación y Modernización del Estado autonómico del Congreso de los Diputados. A todos los que estábamos allí, nos pareció verdaderamente magistral la lección que dio sobre los nacionalismos y también sobre nuestra historia desde la Historia. A continuación os dejo, la primera parte de su intervención tal y como consta en el Diario de Sesiones. También podéis verlo en el siguiente enlace.

“Buenos días a todos. Les aseguro que para un historiador y politólogo estar en un sitio como el Congreso de los Diputados es no solo un enorme honor, sino también una emoción, a pesar de que todos sabemos cómo es la política y asistimos por los medios de comunicación a espectáculos a veces no muy ejemplares, pero estar en el sitio en el que ha estado, sin ir más lejos, don Práxedes, siempre suscita emoción para los que hemos hablado y leído tanto sobre él. Entonces, señor presidente, para hablar sobre este tema ¿dispongo de tres horas? (Risas). Se me ha ocurrido que en una comparecencia como la de hoy, para hablar de naciones, nacionalismos y del caso español, era mejor hacer un enfoque lo más distanciado posible. Es decir, a veces para entender mejor los problemas conviene no acercarse tanto a ellos, no vivirlos intensamente, no participar de las emociones que se están desarrollando allí. Se dice si no estás allí no puedes entenderlo, en fin, ese tipo de cosas; todo lo contrario, hay que ver cómo han tratado las ciencias sociales este tipo de fenómenos, qué ha ocurrido con los grandes libros de los últimos años o décadas, cuál es nuestra manera actual de verlos, y estudiar o mencionar brevemente algunos ejemplos que puedan ser comparables y arrojar alguna luz sobre el caso español.

Lo primero que tengo que decir es que sobre naciones y nacionalismos se ha escrito muchísimo en ciencias sociales en los últimos cuarenta o cincuenta años. Es realmente un tema estrella, hay miles y miles de libros. Yo trabajé bastante en este tema, sobre todo en los años noventa durante los diez años que pasé en Estados Unidos, leí los grandes libros de Benedict Anderson, Ernest Gellner, Eric Hobsbawm y tantos otros, y he escrito algunas cosas sobre la revolución que se ha producido. Sintetizándoles esta revolución, en contra de lo que nos enseñaban a los estudiantes hace cincuenta años; en contra de lo que piensa todavía mucha gente que lógicamente no está al día sobre cómo avanzan las ciencias sociales; y en contra sobre todo de lo que piensan los nacionalistas, las naciones no son fenómenos naturales ni eternos. En contra de lo que me enseñaban en las escuelas franquistas en las que nos decían que España es eterna; pues mire usted, si hay algo que la ciencia puede asegurar es que España no era eterna. Es decir, hace tres mil, cuatro mil o cinco mil años España no existía, y dentro de tres mil, cuatro mil o cinco mil años -para que nadie se ponga nervioso-, España no existirá. No sé cómo se va a producir ese proceso, si va a ser lento, rápido, violento, pacífico, pero desde luego no existirá. Cataluña tampoco, se lo dije una vez al presidente Pujol y me vino muy nervioso a decir luego: ¿Así que dentro de mil años no existirá? ¡Pues los judíos existen desde hace cinco mil! Se comparaba con el pueblo judío, lo cual es lógico, propio de los nacionalismos; todos se quieren comparar con el pueblo elegido y formado por Dios y destinado a un destino sobrenatural. Bien, pues no, las naciones no son naturales ni eternas; las naciones son productos de la historia, son productos de circunstancias políticas -subrayo políticas y vuelvo a subrayar políticas-, culturales, económicas, aunque poquito, poca importancia de la economía. De los grandes libros que se han escrito sobre estas cosas en los últimos años, algunos vienen de la antropología, otros de sociología, de historia, pero de economía más bien pocos, los economistas han aportado poco. No es un fenómeno fundamentalmente económico. Frente a lo que dice la gente de que todo es cuestión de dinero, pues no, mire, las naciones tienen mucho de emocionalidad, tienen mucho de cultura y tienen muchísimo de política. Se formaron centros políticos en un determinado sitio, y una institución, por ejemplo, una monarquía belicosa, acumuló recursos económicos, acumuló recursos políticos, acumuló burocracia, acumuló ejércitos, pudo ir controlando un territorio y, a continuación, convenció a los habitantes de ese territorio de que formaban parte de una entidad comunitaria llamada nación. Las naciones son, por tanto, productos de la historia, son productos coyunturales, aparecen y desaparecen, se hacen y se deshacen con el paso de los tiempos.

Segundo, las naciones son construidas muchas veces no intencionadamente,  pero a veces intencionadamente por unas élites a las que llamamos nacionalistas, que son normalmente las élites político-culturales que están en el centro que domina esa nación y las principales beneficiarias de que la población se convenza de que forman parte de una comunidad llamada nación. Por tanto, al revés de lo que piensan los nacionalistas, no son primero las naciones que están ahí y luego surgen unos nacionalistas que las descubren y las explican, sino que son primero los nacionalistas que se inventan las naciones y convencen a la población de que existen; primero los nacionalistas y luego las naciones, al revés de lo que dice una lógica muy extendida. Esto no quiere decir que sea plenamente instrumental, en fin, maquiavélico, que todo se hace al servicio de intereses; no, hay bloques construidos, elementos culturales heredados, por ejemplo, las lenguas, que están ahí y sin esos bloques culturales es muy difícil construir una nación. No puede llegar un señor y decir: pues me voy a inventar una cosa que se llama Padania. Y de repente, todo el mundo empieza a creer en Padania. Pues no, es bastante difícil que la gente empiece a creer en una cosa de la que nunca han oído hablar; en Tabarnia o en alguna otra invención que puede ser más o menos ingeniosa, pero no es fácil que la gente llegue a creer en ella. Es decir, hay una mezcla de herencias culturales y de utilización de esas herencias culturales al servicio de un proyecto político, que es construir un centro de poder que controle un territorio y sus habitantes.

Dicho esto, si quieren ustedes casos europeos, en general las grandes identidades europeas se han construido alrededor de monarquías que surgen a finales de la Edad Media, algunas veces a mediados de la Edad Media, allá por el año mil, la francesa o la inglesa son las más antiguas. Algunos que incluso ocupan presidencias de Gobierno dicen que España es la nación más antigua, pues, perdón, lo lamento mucho, pero no; nadie podía hablar de España en el año mil, en absoluto, a no ser que se refirieran a Abderramán III, que no creo que sea el caso. En cambio, sí se podía hablar de monarquía francesa y de monarquía inglesa ya entonces, que no eran lo mismo que ahora, pero, en fin, ya se podía hablar de eso. Pues esas monarquías van constituyéndose en centros de poder, son grandes señores feudales que acaban imponiéndose sobre el resto de los señores feudales y controlando un territorio alrededor de una capital donde está la corte, París o Londres en estos casos, y van construyendo esas grandes identidades europeas. Ese es el origen en general.

En el caso español tiene ese origen también, es una monarquía igualmente. En el origen está una monarquía belicosa, Castilla, que por supuesto abarca la parte central y más extendida y la parte más poblada y más rica de la Península con gran diferencia allá por el año mil quinientos, a finales del siglo XV. Como todos sabemos, Castilla se funde con Aragón, es mas bien una ocupación de Castilla por Aragón que al revés, porque Castilla es la que se ha quedado sin rey. Hay dos mujeres, una es la hija – que no termina de estar claro si es legítima o no- y otra es la hermana del rey difunto, que están compitiendo y que están apoyadas una por el príncipe heredero de Portugal y otra por el príncipe heredero de Aragón. El príncipe heredero de Aragón es más rápido, falsifican una bula papal, consiguen casarse, forman un ejército y dominan Castilla derrotando a los portuguesistas de Juana la Beltraneja. Entonces, dos de las cinco unidades políticas que había en ese momento en la Península, Castilla y Aragón, se unen; con ese ejército que han formado en la guerra civil subsiguiente conquistan también Granada; muerta Isabel se conquista Navarra -ya son cuatro de las cinco unidades políticas- y todavía hacen enlaces matrimoniales para intentar unir a Portugal, que en algún momento se logra transitoriamente. Por tanto, lo primero que hay en el caso español es una unidad política mucho antes que una nación, no se habla entonces de naciones modernas. Nación en el sentido moderno del término quiere decir una comunidad humana que cree compartir ciertos rasgos culturales, que vive en un territorio y se considera dueña de ese territorio, y que como ente colectivo toma las decisiones fundamentales sobre ese territorio. Pues bien, en los siglos XV, XVI y XVII nadie pensaba eso de España. Si al padre Mariana -que repite la palabra nación y dice varias veces: Quiero defender las glorias de mi nación injustamente despreciada por otras naciones- le preguntan quién es el soberano de este territorio, hubiera dicho su majestad el rey Felipe II, no lo hubiera dudado, no hubiera dicho los españoles. Por consiguiente, no tenía una idea moderna de nación pues la soberanía no radica en la nación, en absoluto. Sin embargo, se va formando una identidad y esa monarquía adquiere un protagonismo mundial gracias sobre todo al descubrimiento del continente americano y a las rentas que le generan ese imperio, y gracias a la fusión con los Habsburgo que ocupan en ese momento el Sacro Imperio Romano Germánico, de modo que esa monarquía adquiere protagonismo mundial y se ve involucrada en múltiples guerras, prácticamente en todas las guerras a lo largo de trescientos años, entre los años 1500 y 1815, el final de las guerras napoleónicas. Es una potencia mundial importante, en algunos momentos potencia hegemónica y eso genera un sentimiento de solidaridad entre sus súbditos; alrededor del monarca al que servimos apenas hay guerras entre castellanos, aragoneses, vascos, etcétera y, en cambio, hay guerras constantes con los franceses, con los ingleses, con los protestantes, con los turcos. Eso genera un sentimiento de solidaridad entre los súbditos de esa monarquía y también alrededor de un segundo elemento importantísimo que es la religión, el catolicismo. Vivimos los tiempos de la Contrarreforma, el papado ha sido atacado por una sección rebelde de la Iglesia situada básicamente en el norte de Europa, acaudillada por Lutero y luego por otra serie de líderes religiosos. La monarquía española se alinea del lado del papado y es el puntal más importante de la Contrarreforma. Eso genera identidad hasta el punto de que la monarquía no se llama monarquía española ni hispánica, sino monarquía católica. No es que la monarquía sea católica, es que es monolíticamente católica y absolutamente todos los súbditos son católicos por definición. La legislación castiga a los no católicos o a los que se apartan de la ortodoxia católica por medio de instrumentos tan eficaces como la Inquisición. Incluso hay una operación de limpieza étnica con los procedentes de otras minorías religiosas como judíos y musulmanes a través de los estatutos de limpieza de sangre. Por tanto, se va formando una identidad cultural alrededor de la lealtad a la monarquía y la lealtad al catolicismo. De todos modos, eso sigue sin poderse llamar nación moderna hasta la guerra napoleónica.

Con la reunión de las Cortes de Cádiz, como ustedes saben, se produce un vacío de poder. La familia real está ausente del país al completo, Napoleón se cuida de que no quede ni un niño de cinco años de la familia real dentro del país y, por tanto, no hay nadie de quien recibir órdenes. Se convocan unas Cortes y los liberales, bien organizados, a pesar de no ser mayoritarios en la opinión del país toman el poder. Lo primero que hacen esas Cortes es declarar la soberanía nacional: España no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona; España pertenece a los españoles y los españoles representados por nosotros, por las Cortes de la nación, somos los que tomamos las decisiones fundamentales sobre el país. Ya está el nacionalismo moderno. Enunciado el nacionalismo moderno, no basta con enunciarlo, a continuación hay que construirlo, hay que convencer a todos o a la mayoría de los habitantes del país de que son españoles y tienen unos derechos individuales y colectivos. Esa es la tarea más difícil y la que, lógicamente, se realiza con mayores problemas porque el siglo XIX y tres cuartos del siglo XX son momentos muy agitados políticamente, de muchísimas divisiones políticas entre liberales y absolutistas, entre liberales moderados -que de moderados no tenían nada, eran extremadamente conservadores- y liberales progresistas, entre monárquicos y republicanos, republicanos unitarios y republicanos federales, vuelta a la monarquía, monárquicos de los Borbones y monárquicos de los Saboya, vuelta a la monarquía con los Borbones; en fin, constantes agitaciones políticas hacen que en el país sea muy difícil construir un sentimiento de comunidad nacional. Por ejemplo, una cosa básica para un nacionalista es diseñar una bandera que nos una. Lo primero que hace un grupo nacionalista que decide ponerse en marcha es diseñar una bandera. Pues bien, en el siglo XIX en España no se hereda una bandera, se heredan tres: la blanca con la Cruz de San Andrés de los carlistas, la roja y gualda de los monárquicos liberales y la tricolor de los republicanos. No se hereda un himno, se heredan dos como mínimo: el Himno de Riego y la Marcha Real. No se hereda una fiesta nacional porque el Dos de Mayo al final solo se celebra en Madrid, y pasamos por seis o siete fiestas nacionales sucesivas especialmente en el siglo XX. En fin, no hay unos símbolos comunes en los que reconocernos. Incluso el himno que se hereda es sin letra y no es por casualidad, sino porque es muy difícil ponerle letra. Es muy difícil hacer referencia a unos valores políticos comunes compartidos por todos. ¿Qué vamos a poner en el himno? ¿Vamos a cantar a las carabelas, la conquista de América y la defensa del catolicismo? ¿Vamos a cantar las libertades conseguidas tras la muerte de Franco? ¿Vamos a cantar a la pluralidad cultural? Es que no está claro, no estaríamos de acuerdo sobre qué es lo que tenemos en común todos los españoles como valores políticos. Esto viene de las dificultades políticas de los siglos XIX y XX.

A eso se añade que el Estado está sin construir. El Estado es muy viejo, he dicho que viene de finales de la Edad Media. Lo primero que se construyó es el Estado al unirse Castilla y Aragón; sí, pero ese Estado que se ha construido es un imperio que desaparece justamente en tiempos de la guerra napoleónica, y las estructuras que vienen del imperio no sirven para el siglo XIX. Por ejemplo, la estructura fiscal no sirve para nada, desde luego los metales preciosos de América ya no llegan y otra serie de cosas; hay que inventarse todo un sistema fiscal, hay que inventarse todo un sistema administrativo, hay que inventarse una normativa jurídica, que viene toda del siglo XIX porque el Estado se construye en este siglo a la vez que se construye la nación. Y si el Estado es instrumental para la construcción de la nación y no hay Estado, pues es un bucle difícilmente superable, es muy difícil construir la nación y el Estado a la vez. Ahí no tendríamos que ir a ejemplos europeos, iríamos más bien a ejemplos latinoamericanos; lo que fue el viejo imperio español en América Latina a lo largo del siglo XIX pasó dificultades parecidas a las que estaba pasando España en ese momento o en general las excolonias en el mundo, han tenido que construir el Estado y la nación a la vez.

Un Estado que es débil, que no tiene recursos y que no puede crear, por ejemplo, un sistema escolar, difícilmente puede difundir la idea de nación, difícilmente puede construir españoles si al final el sistema educativo -el escaso sistema educativo que había- se acaba dejando en manos de la Iglesia Católica, puesto que la Iglesia Católica lógicamente no construye españoles, construye católicos, como es natural. Sin ir más lejos, en los años cuarenta y cincuenta del franquismo lo primero que me enseñaron fue desde luego historia sagrada, mucho antes que historia de España; lo primero que te enseñan lógicamente son los mitos católicos antes que los mitos nacionales españoles. Un Estado que es muy débil tampoco puede tener un buen sistema militar. En un sistema de reclutamiento como tiene la III República Francesa, todos los franceses salen de su pueblo durante dos, tres o más años, aprenden una lengua que no es la que hablan en su pueblo, sino el francés de París, y les enseñan unos valores patrióticos que se creerán más o menos, pero que están ahí y forman parte de su preparación. Un Estado que es débil no puede crear una buena red de infraestructuras, de carreteras, de ferrocarriles, etcétera, que cree un mercado único. Las noticias que se elaboran en los periódicos de París la tarde anterior, a la mañana siguiente están hasta en el último pueblo de la república. Eso no ocurre en España porque no hay un mercado cultural unificado. Francia que tenía tanta diversidad lingüística como España a comienzos del siglo XIX, desde luego tiene muchísima menos que España a finales de ese siglo XIX y comienzos del XX. ¿Por qué? Porque han alfabetizado y qué quiere decir alfabetizar, pues enseñar a leer y escribir en el francés de París, no en los patois que se hablan en las distintas regiones. Todas estas cosas el Estado español no las puede hacer porque está dividido, peleándose, y muy escaso de recursos a largo del siglo XIX.

Toda esta situación complicada acaba culminando en los regeneracionismos del primer tercio del siglo XX, distintos proyectos para rehacer el país y el sistema político que casi siempre incluyen un proyecto de nacionalización en distintos sentidos según los esquemas políticos de cada cual, y finalmente en la guerra civil de 1936 a 1939. La guerra civil es ganada por los rebeldes, por Franco, y a continuación viene una dictadura de casi cuarenta años, en la cual sí que se nacionaliza o se intenta nacionalizar fuertemente. Se hace el mayor esfuerzo nacionalizador de la historia de España, sin duda ninguna, pero con unas características bastante negativas que socavaban su mismo intento. Una nacionalización bastante impuesta, bastante brutal, con métodos militares. Por supuesto, una nacionalización católico-conservadora excluyendo a lo que llamaban la anti-España, más o menos media España que no estaba de acuerdo con sus presupuestos, y una nacionalización contra la cual nos acabamos rebelando los jóvenes de los años sesenta. Así como la España representada por el régimen era lo arcaico, lo autoritario, en las otras identidades que se oponían o que competían con la española, en la catalana, la vasca o la gallega, veíamos refugios de modernidad, de democracia y de europeísmo. Naturalmente en ese ambiente se hizo la Transición con una descentralización muy seria y muy importante del país, completamente irrenunciable frente al Estado extremadamente centralizado que había sido el franquismo. Y eso no ha terminado con el problema porque sobre todo los más radicales de los nacionalistas siguen estando en unas posiciones en las que piden el máximo que es la independencia y, entonces, habría que buscar un término medio porque, si no, el futuro es la balcanización, es la creación de una serie de Estados independientes que nunca estarían satisfechos ni con las fronteras ni con la población que les ha tocado dentro, siempre seguirían los irredentismos que tratarían como población de segunda a las minorías culturales que hubieran quedado en su interior, etcétera. Ese es el origen histórico del problema, como ustedes comprenderán, simplificando muchísimo porque el tiempo me obliga”.

Sobre el autor

Logroño, 1980. Doctor por la Universidad de La Rioja. Diputado socialista por La Rioja en el Congreso de los Diputados.