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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

¡Obra!

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Nunca sabes cuándo te estás despidiendo para siempre. Y sin ni siquiera despedirte. Una mañana de este verano, en la calle, vi a distancia a Roberto y a Chu. Por la dirección que llevaban, irían hacia casa. Pues en ese momento me estaba despidiendo de Roberto. Sin saberlo, durante apenas unos segundos, e incluso a sus espaldas. Roberto iba erguido, elegante. Todo de blanco, chaqueta y pantalón de hilo, me pareció, blancos, o de un crema clarito. Y un sombrero a juego. Hecho un veraneante. Como para recibir en el jardín de una quinta. En un día de verano. Él y Chu. Un verano ya fuera del tiempo y del negociado éste de la vida, que es -como diría su amigo Manolo (de la Rivas)- cojonológico. Al recordar la escena, que sólo ahora revela su significado, se me aparece muy luminosa. Y Roberto muy luminoso también, entre el sol de aquella mañana y el que, en corriente continua, irradia Chu. Me pareció, por su caminar, por su indumentaria, por el cabello asomando bajo el sombrero, por la delgadez, por la altura, un Max Estrella, volviendo de hacer recados a mediodía. De comprar la prensa canallesca y el pan. Elegante. El poeta entero que era. Roberto tenía el cráneo privilegiado de un Max Estrella. Además de algunos componentes del músculo de su corazón. Y el ojo crítico de Jovellanos, su paisano astur. De hecho, cuando Roberto Iglesias se vino de Mieres a una buhardilla de Logroño –hablamos de una era preautonómica y de juegos florales, y de una Redacción aún distribuida con mamparas como de despacho de coloniales, maquinas de escribir de hierro colado, temblor de rotativa y perfume de talleres; hablamos de una urbe ab condita que Roberto, junto a otros cofrades del ludibrio provincial, flaneaba entre el “Milán” y el “Cosecheros” para refundarla a base de cuartetas improvisadas sobre los anillos que dejaban los vasos en las mesas de madera- constituyó, la llegada de Roberto, digo, como una segunda salida de Jovellanos a La Rioja. Y emulando a éste, Roberto se haría también La Rioja, de cabo a rabo, en un Simca Talbot «cuya resistencia no hubo carretera, camino, senda o trocha capaces de agotarla», como describiera Roberto al Rocinante que le llevara a él y a Pablo Herce, su Sancho, desde Canales de la Sierra hasta Recajo. Comenzando cada tramo y cada tomo, bajo la máxima del de Gijón: «Hay muchas gentes que son siempre forasteras en su propio país, porque nunca se aplicaron a conocerle». La última entrega, la séptima, se cerraba con una foto-finish de Herce, un fotograma en blanco y negro de una gran desnudez, casi ascética: una panorámica vacía de la N-232, que el cronista describía -con igual finura que Cervantes algún páramo aquijotado de extrañas ventas y no lugares- como flanqueada por «dos restaurantes, bares, discoteca, güisquería y un hostal». Roberto, ya ven, como poeta y como periodista ya se aplicó antes que muchos a la España vacía. ‘Güisquería’, ya me entienden. Es que estoy escuchando a Roberto pronunciar ‘güisquería’. Como Roberto subrayaba las cosas cojonológicas que le producían regocijo, chanza e ironía, con una precisión que pintaba o esculpía cada palabra. Empezando por subrayar su propio bigote, que coronaba como un tejadillo a dos aguas la bacía de su barba: Roberto empezaba por mesarse repetidamente las dos alas de su bigote con el índice y el pulgar para a continuación puntualizar, clavar el termino, frase, verso o idea hasta que eclosionaba en una carcajada que a él mismo le ahogaba. Veo ahora la foto de Herce y, como me pasa con la imagen de este verano, aprecio como nunca su punto de fuga, antes de desembocar y (cito) «de entregar sus aguas al Ebro», hasta cuya orilla le acompañamos el viernes. Yo, desde luego, cuando cerramos la casa de mis padres, las primera obra que rescaté, ya se lo dije a Ivo Iglesias, hijo y librero, fueron los siete libros de Roberto y de FOTOHERCE, mi Quijote apócrifo preferido. Pero para encajar en una misma figura a Valle, a Jovellanos y a Cervantes hace falta tener mucha humanidad. Yo le bromeaba en algunas ocasiones a Roberto diciéndole que había derivado en Orson Welles. Grande, barbudo, de oscuro, con un sombrero igualito al que Welles llevaba en Fake. Hubo un tiempo en que veías evolucionar a Roberto y era como un Orson, con su humanidad, su humor, su genio. O como el perfil del Sandeman. Recuerdo, de esta guisa, a Roberto advirtiéndome algo que nunca he olvidado: «¡lo importante es tener obra!». Hace poco, estaba viendo un documental sobre Carlos Saura. En una secuencia, el cineasta mostraba su sancta sanctorum, repleto de sus objetos más cercanos. Encima de una mesa, bien a la vista, estaba El péndulo que Roberto, con las fotos de Jesús Rocandio, le dedicara en 2001. Llevaba Saura, por cierto, el mismo sombrero que Roberto.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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