No hay nada como subirse al cubo para saber de lo que hablo, para comprobar con tus propios ojos como hoy, camino de los cinco siglos después, el ‘sitio’ es otro. El Revellín, visita obligada para cualquiera que actualmente acceda a la ciudad con independencia de que el único asedio que planee sea a las barras de nuestros bares y a los vinos y pinchos de la Laurel, la San Juan y sus alrededores, es el lugar estratégico para alcanzar a comprenderlo todo. Al menos para los de casa, pues dudo mucho que los de fuera tengan noticia alguna de lo que podía verse y no ven… El macroparque arqueológico de Valbuena se quedó sobre el papel y bajo más de 500 plazas ‘provisionales’ de estacionamiento. Y allá donde debía extenderse un gran yacimiento, no se visualiza más que un gran aparcamiento, donde en vez de restos se aprecian matrículas.
A estas alturas, ya habrán caído en la cuenta de que los sitiadores de la actualidad no montan a caballo como en 1521, sino que conducen coches de todo pelaje y condición. El campamento francés de entonces es un aparcamiento logroñés hoy. El mismo que se ha consolidado como el principal parking público del Casco Antiguo… «Pocas ciudades tienen algo así en pleno centro», me dicen amigos que nos visitan. «¡Pues menos mal que no sabes lo que tenemos enterrado ahí abajo!», me digo para mis adentros. La gran explanada creada en el 2006 y ampliada en el 2008 se percibe como alternativa a los parkings de pago y habrá que ver la que se monta si un buen día algún alcalde se decide a ‘poner en valor’ la zona. El otro ‘sitio’ de Logroño no es más que una oportunidad perdida, de esas que, como la Casa del Inquisidor, hacen que mi compañero y amigo Marcelino Izquierdo clame al cielo. De momento, Valbuena, pese a que Logroño no descarta la idea de que sea parque arqueológico urbano, parece condenado a los infiernos.