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La plazuela perdida

El planeta de los simios y el perro del general

La noticia de la posible ley sobre los derechos de los simios me ha llevado, de inmediato, a la película ‘El planeta de los simios’, con sus lecciones morales incluidas, pero también me ha recordado el simiesco monólogo de Kafka ‘Informe para la Academia’; y así es como el asunto me suena: un poco kafkiano.

No voy a negar que, hoy en día, los animales de compañía ocupan un lugar importante en muchos hogares españoles, influidos seguramente por el modelo holliwoodiense de familia ideal: pareja feliz, dos hijos hermosos y el perro, auténtico dueño de la casa; y esta costumbre genera prósperos negocios de clínica veterinaria, alimentación animal, farmacia e, incluso, cuidados y peluquería, pero a muchos nos resulta difícil alabar estas costumbres.

Quienes hemos conocido las dificultades de la posguerra inacabable, aunque fuera la posguerra tardía, no entendemos que se dé a los animales trato de humanos; cuando vemos que en la carnicería alguien pide «ternera de la buena, porque es para mi Trusky», recordamos al compañero de pupitre, en la herrumbrosa escuela de D. José, que se desmayaba porque había ido a clase sin desayunar -y seguramente sin cenar- porque no tenía qué comer y esperaba, con necesidad, el vaso de leche en polvo americana que mandaba el señor Marshall con el plan. Tampoco podemos evitar el escandalizarnos ante las revisiones médicas, operaciones, análisis clínicos y demás atenciones veterinarias -médicas más bien- que se prodiga a los animales, mientras recordamos las meriendas cuadrilleras de carne de perro y de gato que se hacían, en algunos lugares riojanos, porque no había otra cosa; o el excelente criterio de mis amigos Andrés y Tomás, que, encargados en su mili franquista de la peligrosa misión de dar de comer al perro del general, cocinaban con esmero la comida perruna -Tomás es un maravilloso cocinero, con don para la asadurilla picante, el patorrillo y otras casquerías- pero luego se la comían ellos, y el can sólo lamía las sobras.

Ya sé que el tradicional sentido de «utilidad», que tenían los animales, ha dado paso a ese otro de «llenar un vacío» en muchas personas, y no seré yo quien niegue el derecho a esa compañía, pero no estaría de más recuperar el sentido de la medida y reflexionar en la inmoralidad de que haya animales que vivan en la opulencia más regalada, mientras muchas personas pasan dificultades o mueren de hambre.

Los simios, por ahora, son animales, aunque caminen erguidos; claro que también, y últimamente más, hay “animales” de dos patas que caminan erguidos. Y sin dedos prensiles.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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