Han preocupado las conclusiones del informe PISA, sobre la educación en España, que deja a nuestro país en el pelotón de los torpes, y es más que razonable la preocupación; por el contrario, el informe deja muy bien parada a nuestra comunidad riojana, situada entre los mejores países del mundo, pero no deberíamos sacar pecho, que no es bueno, y sí seguir en esta línea de mejora.
Era de esperar el mal resultado español, ya que el estudio se hizo a muchachos de 15 años, casi al final de nuestra enseñanza obligatoria, y la filosofía de la E.S.O. es igualar los conocimientos –una mala interpretación del “igualar por medio de la educación”- y ya se sabe que la única manera de igualarlos es por abajo, es decir aprendiendo todos poco. Aquí, hemos confundido el que todos estudien hasta los 16 años con que todos estudien lo mismo, cuando no todos tienen la misma capacidad ni las mismas ganas de esforzarse. Este es el quid de la cuestión: el esfuerzo. Llevamos tres décadas propagando la especie, sobre todo en ambientes educativos progresistas y en alguna escuela de verano, de que el estudio ha de ser algo lúdico y agradable y que debe realizarse sin esfuerzo, lo cual es imposible; no sé si se puede adelgazar sin esfuerzo, lo dudo, pero sí sé que no se puede aprender sin esfuerzo, a pesar de algunos anuncios que sugieren lo contrario. La izquierda hizo un flaco favor a la educación implantando este sistema educativo, aunque socialmente pareciera tener sentido, porque perjudica especialmente a los menos favorecidos: los que no pueden pagarse estudios complementarios.
Es indicativo que las comunidades mejor paradas en el informe sean La Rioja y Castilla y León, gobernadas por conservadores, tal vez porque han permitido una interpretación más flexible de la mala reforma educativa, mientras que la peor parada, con diferencia, ha sido Andalucía, donde, es de suponer, el gobierno de izquierdas habrá aplicado con entusiasmo sus normas educativas. Para mí, lo más llamativo del informe es que, en las comunidades con mejores resultados, la diferencia entre centros públicos y privados es escasa, mientras que en Andalucía son muy grandes; esto echa por tierra el mito de que la izquierda favorece la escuela pública, y la derecha la privada, y da la impresión de que los conservadores gestionan mejor el reparto, entre centros públicos y privados, del alumnado conflictivo y del inmigrante, que, por su desconocimiento del idioma, hace bajar el nivel.
Por último, no estaría de más recordar que en Finlandia, líder educativo y espejo en el que mirarse, las aulas tienen la mitad de alumnos que en España, y los mejores profesionales intentan entrar en el sistema educativo, por la gran consideración social del profesorado, justo lo contrario que en España. Las cosas raramente ocurren por casualidad. Y los éxitos educativos tampoco.
“ALONSO CHÁVARRI”