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Iron Maiden, el séptimo regalo

Iron Maiden y Anthrax, 29 de mayo del 2014 en el BEC de Barakaldo

Las 15.000 entradas agotadas desde semanas antes, un ambientazo en negro como el de las grandes ocasiones y el mítico Eddie por cada rincón. De nuevo, la Doncella de Hierro mostró este jueves en Barakaldo que sigue reinando… y que la profecía del séptimo hijo de un séptimo hijo es una de las obras cumbre de la música.

Hace un año, Iron Maiden nos regalaron la oportunidad de resarcirnos a los que éramos demasiado críos para disfrutar del que, probablemente, ha sido el mejor cartel de la historia del heavy metal: el Monsters of Rock de 1988 con Iron Maiden, Metallica, Anthrax, Helloween y Manzano. Y tras dos años de gira mundial, Barcelona y Bilbao abrían la pasada semana el último tramo del Maiden England, que finaliza el 5 de julio en Knebworth. Tan cerca de casa, fuimos muchos los riojanos que nos acercamos para volver a vibrar en el Bilbao Exhibition Center, donde disfrutamos el 27 de mayo del 2013 del inicio de su tramo europeo (aquí aquella crónica).

El aperitivo al regalazo eran Anthrax. Después de que la suya en el Sonisphere de Barcelona (aquí la crónica) fuera una de las actuaciones más poderosas del festival, esperaba mucho. Pero los californianos emularon prácticamente el repertorio de hace un año, sin ninguna sorpresa y sí con un sonido muy pobre, embarullado y para nada digno de su nombre. Eso sí, comenzar con el trallazo ‘Caught in a mosh’, el frenético ‘Got the time’ (primera versión de la noche) y seguir paseando por el mítico ‘Among the living’ con ‘Madhouse’ –con guiño inicial a ‘The ripper’ de los Judas- y el gran ‘Indians’ es tremendamente disfrutable, más con la enérgica y agradecida puesta en escena de cada músico a lo largo de todo el escenario.

‘Fight’em till you can’ es la única concesión a su última obra. Y vuelven a ofrecernos algo incomprensible: en 45 minutos de actuación, vuelven a marcarse ‘TNT’, de AC/DC, con guiño final a ‘Back in black’. Por mucho que Scott Ian se la dedique a Malcom Young alabándole como uno de los mejores guitarristas de la historia, por mucho que la peña la disfrute y cante, no tiene sentido que tres de los ocho temas que tocan sean versiones. Porque tras el alocado ‘I am the law’, el ‘Antisocial’ de los Trust cierra la actuación con todo el mundo volcado y Joey Belladona recordando a Dio en la despedida.

El descanso nos trasporta al apocalíptico mundo helado de la profecía de la séptima obra de Maiden. Cuando suena el ‘Doctor, doctor’ de UFO sabemos que la cuenta atrás ha comenzado. Tras el vídeo que muestra las catástrofes que acechan a un planeta maltratado, los versos “Seven deadly sins, seven ways to win” nos llevan hacia ‘Moonchild’ y la explosión de la banda en escena. Entran con todo el ímpetu pero, de nuevo, con un sonido deficiente. De las tres veces que quien suscribe ha visto esta gira, en ninguna ha sonado bien. El público enloquece al corear ‘Can I play with madness’ y el sonido al fin es digno con ‘The prisoner’, uno de los regalazos de esta gira, que pone a las 15.000 personas a cantar a todo pulmón junto al himno ‘Two minutes to midnight’.

Emociona ver a la banda en el mastodóntico escenario, en plena forma y mucho más rodados que hace un año, con los clásicos cayendo uno detrás de otro, a un ritmo eléctrico. Steve Harris ametralla las primeras filas mientras Murray, Gers y Smith se turnan los solos, McBrain apisona desde atrás y Dickinson es el perfecto director de escena, contactando con el público constantemente a base del emblema “Scream for me, Bilbao!”.

Dentro de lo cuadriculados que son los británicos con sus repertorios, habían anunciado algún cambio y el primero llega tras el saludo de Bruce Dickinson, que agradece que 15.000 fans llenemos el pabellón. Y, en el puesto que ocupaba ‘Afraid to shoot strangers’ anuncia ‘Revelations’, una joya que convulsiona la pista. Comprendiendo que la puesta en escena de luces y efectos es una maquinaria que debe estar perfectamente coordinada cada noche, la banda debería tomar nota de cómo los fans agradecemos temas diferentes.

Sin descanso, con una colección de himnos absolutos uno detrás de otro, ‘The trooper’ eleva aún más la temperatura’, ‘The number of the beast’ exhibe la espectacular pirotecnia y llega el trío triunfador del repertorio: ‘Phantom of the opera’, que resume la esencia de Maiden desde el primer disco, es el punto de inflexión que pone a sudar, cantar y saltar a todo el pabellón, seguidos de los coreadísimos himnos ‘Run to the hills’, con la aparición de Eddie, y ‘Wasted years’. Con uno de los repertorios más exquisitos de la historia de la Doncella, el colofón lo pone el mastodóntico himno ‘Seventh son of a seventh son’, tema central de la gira y que exhibe una escenografía espectacular, con el Eddie profético mandando en las diversas atmósferas del escenario.

La habitual inamovilidad del repertorio Maiden cambia de nuevo al sustituir el veloz ‘Wrathchild’ a ‘The clairvoyant’ antes de que el ritual de la comunión público-banda llegue a su máximo esplendor con ‘Fear of the dark’ antes de llegar a la recta final con ‘Iron Maiden’.

Pedimos más, claro, y llega uno de los momentos más salvajes de la noche. Tras el discurso de Churchill arengando a los británicos ante el azote nazi, ‘Aces high’ nos sacude con un Dickinson absolutamente fantástico, llegando entre fogonazos a unos agudos complejísimos a estas alturas del concierto y con una actitud arrasadora. De un modo inadmisible para una banda tan grande, el sonido empeora y empaña la recta final con otro himno, ‘The evil that men do’, y el primitivo ‘Sanctuary’, que sustituye a ‘Running free’ y deja demasiado frío al personal en una despedida en la que los fans echamos de menos de nuevo ‘Infinite dreams’ o ‘Hallowed be thy name’.

A pesar de la insistencia del público, las luces se encienden y suena el ‘Always look on the bright side of life’ de los Monty Python, la despedida definitiva, en la que sabemos que hemos gozado de lo lindo de uno de los repertorios más sabrosos de una de las bandas más grandes de la historia de la música.

Un espacio destinado a la música riojana y al rock en todas sus variantes de la mano de Ernesto Pascual y Sanda Sáinz

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