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Sergio Pérez

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Está escrito en unos papeles en Panamá que Messi no paga los impuestos que debe pagar. ¿Notición? Bueno, igual no. Decía Zizek, a propósito de Wikileaks, que la relevancia de aquellas filtraciones no pasaba por que nos dijeran algo que no sabíamos, sino que evitaban que los implicados fingieran que no hacían lo que todos sabíamos que hacían (¡uf!). Como cuando hay dos en un ascensor y de repente empieza a oler mal. Ahora, cuando los papeles de Panamá se encaraman a las primeras páginas, todos leemos la noticia con esa media sonrisa del cuñado que lo sabía. Que unos cuantos políticos, otros tantos futbolistas y la tía del Rey (muy almodovariano todo) guarden su dinero en cuentas de un país que no han pisado nunca debería ser, como mucho, un breve, entre cultura y deportes. En realidad, todos lo sabíamos. Lo que cambia es que ahora concretamos los detalles y ya podemos imaginar a estas extrañas gentes –que ganan dinero como si fueran empresas– bajo sombreros panameños, riéndose del mundo.

En el fondo, no nos escandalizamos. Porque lo que sucede es que la lógica del paraíso fiscal es, sublimada, la de la política fiscal del mundo desarrollado, o sea, la lógica de no entorpecer el flujo de capitales para no quedarnos en los márgenes del progreso (dicho de otro modo, para ser más daneses que venezolanos, que es el pais-ómetro de moda). Porque si les hacemos pagar impuestos a las grandes empresas en el mismo porcentaje que pagan los fulanos por sus salarios, se irían a un lugar más calentito, a un paraíso, vaya. O eso piensa Albert Rivera.

Tuitea el líder naranja esto: “La mejor política fiscal es que los que pagan impuestos tengan premio”. O sea, que el premio para los que pagan es que paguen menos y que, si no van al paraíso, el paraíso vaya a ellos. Y es que basamos nuestro sistema impositivo en estrategias de exención y bonificación que reducen la carga fiscal sobre las sociedades hasta ridiculizarla en comparación con la carga sobre las rentas del trabajo. Y claro, esos trabajadores que ganan mucho (legal o ilegalmente) se hacen panameños. Para apuntalar el desaguisado, el Código penal hace una contorsión final de fuegos artificiales con una cláusula rarísima según la cual, si se paga lo no tributado antes de que vayan a por uno, no se delinque. Imaginen ese mismo apéndice para otros delitos y los juzgados desatascados… Si nos indignan los papeles de Panamá, nos debería indignar, en el mismo sentido, nuestra propia política fiscal. Pero cuidado, que si tensamos la cuerda y exprimimos a Messi, lo mismo se va a jugar a otra liga y nos quedamos en los márgenes del progreso.

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