Desde hace varias semanas, no hay día que no leamos una noticia sobre imputados por amenazas en Twitter, problemas de suplantación o de usuarios que cierran sus cuentas hartos de que les insulten. No estamos hablando de trolls, existentes desde que existe Twitter, que se limitan a tocar las narices. De lo que hablamos es de usuarios que pasan la línea del troleo y llegan a la del insulto e incluso la amenaza de asesinato.
Muchos usuarios apelan a la libertad de expresión, pero en este caso de lo que estamos hablando es de escudarse en el anonimato para hacer algo que de ninguna manera harían en plena calle.
Hace unos días contaba la periodista Ana Pastor cómo ella había tenido que soportar cómo le decían cosas como «Roja». «Facha». «Vendida». «Entregada al poder». «Puta». «Hija de la grandísima puta». «Cállate zorra». «No tienes ni puta idea de hacer entrevistas, en una esquina serías mucho más eficiente». «Cerda». «Deberían degollarte las tropas moras de Franco». En su caso, la justicia decidió que «puta» no es un insulto y que pedir que te corten el cuello no es una amenaza.
Pero no es la primera y lamentablemente no será la última. Incluso hay quien se atreve a alegrarse del asesinado de una persona, como ocurrió con el de Isabel Carrasco.
Hoy hemos vivido otro capítulo de esta serie: la Policía Nacional ha imputado a un menor por amenazas de muerte a la alcaldesa de Logroño, Cuca Gamarra.
Lo que estos seres pretenden es arruinar uno de los aspectos más interesantes de Twitter: Poder acceder y debatir con personas con las que de otra manera nunca podrías tener contacto.
El debate ha vuelto a la calle ¿Dónde está el límite? ¿Es controlable de alguna manera este fenómeno? ¿Qué responsabilidad tiene Twitter? ¿Cuál debe ser el castigo?
Y lo más importante ¿Cómo debe actuar el amenazado? En algunos casos el hartazgo le lleva a abandonar su cuenta y los más fuertes pasan de todo y siguen tuiteando intentando ignorar a los amenazantes. Pero los expertos aseguran que hay que denunciar.
Una de las preguntas más importantes que se suscitan es estos casos es ¿por qué a uno sí y a otros no? Ante mi desconocimiento, he rebuscado en la web y en este artículo de ABC se pueden leer algunas explicaciones. Está claro que en muchos casos la línea es muy fina, pero se debe poner freno de alguna manera a esa querencia de algunos a expulsar la bilis a través de las redes. No todo vale.