En Sri Lanka puedes hacer diferentes rutas. Elegir el norte, el sur, las tierras altas, las costas… Pero hay dos cosas que no te puedes perder: el viaje en tren Kandy-Nuwara Eliya-Ella entre campos de té y la gran roca de Sigiriya.
A esta última llegamos en nuestro quinto día de viaje y nada más llegar nos dimos cuenta de por qué nos había costado tanto encontrar alojamiento. A pesar de ser (seguramente) el lugar más conocido del país, en Sigiriya no hay apenas hoteles y las guest houses y apartamentos se pueden contar con los dedos. En los alrededores sí que hay más posibiliades, pero el encanto de dormir “junto” a la roca merece realmente la pena. Hay algunos cafés y restaurantes, que por la noche se rodean de oscuridad y pequeñas bombillas (tanto que es fácil perderse volviendo al alojamiento, ejem ) y sirven cerveza fría y buenas cenas. No parece que con la luz del día y a tan solo unos metros, todo se vaya a llenar de turistas.
Lo ideal es ir a primerísima hora a la roca por varias razones: evitar el bullicio, evitar el calor y darse el gustazo de estar en la cima prácticamente solo, disfrutando de las impresionantes vistas e imaginando qué pudo ser aquello.
Las paredes de la roca son prácticamente verticales y se asientan sobre una antigua civilización. La subida tiene lo suyo, con vertiginosas y empinadas escaleras que te harán sufrir si tienes vértigo. Mientras subes vas descubriendo curiosos rincones en las paredes como frescos de mujeres son tres pechos, cuevas, salientes con forma de serpiente o dos zarpas de león enormes. Y cuando llegas arriba y consigues recuperar el aliento, te faltan ojos para descubrir el verde infinito de los jardines y bosques.
Lo mejor es que no tienes muy claro dónde estás. Se cree que ya podía estar habitada en la prehistoria y la teoría más aceptada es que acogió a la realeza y tuvo un uso militar durante el reinado de Kassapa (477 d.C) aunque también se cree que pudo ser un monasterio. Fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 1982.
Consejos: No es un templo sagrado, así que puedes ir vestido como quieras, pero en la cima no hay sombra, así que una gorra y mucha protección no vendrán mal. Abundante agua, que la subida es dura.
Dambulla
Nos montamos en nuestro coche de alquiler pensando que todo el esfuerzo del día ya estaba hecho, pero no. A nuestras piernas les quedaban unas cuantas escaleras más por subir. Cuando vimos la altura a la que estaba el monasterio de Dambulla no nos lo podíamos creer.
Es un (muy) importante lugar sagrado así que como siempre y a pesar del fuerte calor, hay que cubrirse. Se trata un templo construido en una roca que consta de cinco cuevas se paradas que contienen 150 estatuas y pinturas de vida que te dejan con la boca abierta. Las primeras imágenes se crearon hace 2000 años y a lo largo de los siglos los reyes fueron contribuyendo a la colección.
De camino a nuestro siguiente destino, Kandy, paramos a comprar algo de fruta (ni idea de dónde) y nos llamó la atención un templo de lo más colorido (por decir algo).
Con un poco de vergüenza asomamos la cabeza en un local contiguo en el que se estaba celebrando una boda (qué diferente a la que nos encontramos en Japón), pero en cuanto un familiar nos vio, nos invitó a pasar. No solo a pasar. A acercarnos a los novios, le hizo al fotógrafo retirarse para que les pudiéramos hacer una foto y, por supuesto, nos preguntó todo de nuestra vida y nuestro viaje y nos invitó a comer con la familia. ¡Los ceilandeses son así!
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