Las rodillas de Nadal empezaron a dar guerra a la misma hora en que Samaranch notó los problemas cardiacos que finalmente resultaron fatales. El papá del olimpismo español dejó este mundo con el recuerdo reciente de la exhibición de nuestro mejor tenista en Mónaco: no es mala manera de despedirse. Dicen sus allegados que el domingo todavía disfrutó con el reencuentro del mejor Nadal, el mismo tenista que el año pasado por estas fechas hizo crack. Fue una primavera inolvidable: títulos en Montecarlo, Barcelona y Roma y final en Madrid ante Federer, el partido que marcó su declive, luego sancionado por Robin Soderling en París. Y nada volvió a ser igual. De aquellos días frenéticos sacó al menos el chico balear una lección: no más maratones. Así que este año ha descartado pasarse por su club, el Tenis Barcelona, para revalidar título en el Godó. Una decisión que le cuesta unos cuantos puntos en el ranking de la ATP pero tal vez no tantos si la calculadora no le falla: sus cuentas saldrán si copia sus resultados en el Foro Itálico y la Caja Mágica y luego todo debería ser sumar. Sumar puntos en Roland Garros y Wimbledon y salir de Londres de número dos. Como mínimo. Entre que se le rompa el corazón (es conocida la ilusión que le hace jugar en “su” Godó) y que se le rompan los ligamentos, ha preferido la primera opción. Aunque sea a costa de decir adiós “a la ville de Barcelona” (Samaranch dixit).
P.D. La última vez que coincidieron los dos protagonistas de nuestra historia tuvo sabor olímpico, más bien preolímpico. Fue cuando ambos aceptaron participar en la fallida promoción de Madrid como capital de los Juegos.