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Toda la presión

El hombre de hielo

En puridad, este blog debería haber empezado así. Con Borg. Incluso rima. Se podía haber llamado blogborg o borgblog y todos sabríamos de qué estábamos hablando, pero en fin… Uno es leal a sus principios y mantengo la fidelidad por don Andrés Gimeno. Digamos que es mi padre tenístico; según esa teoría, Borg sería mi hermano mayor. A fin de cuentas, sólo me lleva seis años y cuando surgió ante nuestros ojos todo en él desprendía cercanía: hasta su aparición estelar, los tenistas, incluidos los más jóvenes, nos parecían gente mayor en zapatillas, con mayor o menor habilidad, con mayor o menor encanto. Con Borg, quienes nos empezamos a afeitar en los 70 encontramos un igual, un héroe próximo, el primer tenista pop. No brotó de la nada: emergió en la estela de Jimmy Connors, que era más bien roquero línea Neil Young, con su Wilson metálica. Lo que Connors conquistó, Borg lo trasladó a otra frontera. Una frontera sideral, convertido en uno de los primeros deportistas globales, una marca, un icono que trascendía el tenis y se convertía, entre otras cosas, en un fenómeno para adolescentes. Borg es el padre fundador del tenis actual. Nada menos. Se podrá discutir quién fue mejor, qué palmarés impresiona más, quién reunió más talento. Pero nadie objetará nada a la siguiente frase: con Borg, este juego penetró en su actual dimensión. Y lo hizo para quedarse.
¿Cosas que cambiaron con Borg? Lo primero, los golpes. Nadie jugaba así hasta que llegó él. Recuerdo que incluso nuestros profesores, a la cabeza el maravilloso Moncho Infante, nos desaconsejaban imitarle. No fue difícil hacerles caso: ninguno sabíamos cómo coger la raqueta con las dos manos. Luego nos enteramos de que ese modo de ejecutar el golpe lo había aprendido de crío, jugando a ¡¡¡hockey sobre hielo!!!. Aún nos desconcertó más saber que su tiro de derechas, el primer drive liftado del que teníamos noticia, estaba sacado ¡¡¡del ping-pong!!! Como para atender los consejos de nuestros maestros; no podíamos seguir sus consejos, estábamos auténticamente excitados con la posibilidad de imitar a Borg, de copiar sus gestos.
¿Más novedades? Bueno, hemos dicho que fundó el tenis moderno, así que a él le debemos que se institucionalizara la figura del entrenador, algo que hasta entonces era impensable. Los tenistas eran cazadores solitarios, miembros de una cofradía adicta al bricolaje, que mejoraban a base de mirarse en el espejo de los mejores, ensayando entre ellos, sin esa idea de superación constante tan cara al deporte actual. El entrenador de Borg se llamaba Lennart Bergelin y guiaba sus pasos al parecer por control remoto o parasicología porque jamás se le veía dándole consejos desde la grada; era algo más que su entrenador: su mentor, su tutor, una especie de papá portátil que le guiaba por el circuito sin más palabras que las necesarias. Borg no parecía necesitar su protección, porque siempre pareció un tenista autosuficiente, pero supongo que le tranquilizaba ver la figura patricia de su técnico en la grada, con aquel aire de mayordomo aburrido.
De Bergelin tal vez extrajo Borg otra de sus aportaciones al circuito: la dureza mental. Hasta entonces, los jugadores eran del tipo artista, a quienes veías flaquear en la cancha si perdían o sonreír si atrapaban un tanto. El tenista de hoy, de mirada mineral (¿alguien ha visto sonreír a Ljubicic?) llegó con Borg, que sólo se permitía algún exceso (siempre contenido) cuando liquidaba a su rival. Esa fiereza de carácter tan insólita iba acompañada de otra incorporación que también llevaba su sello: la preparación física. En alguna cancha se veía a ciertos jugadores ya otoñales incapaces de disimular la tripita; la mayoría apenas concedía importancia a factores como potencia, intensidad, resistencia, energía… El tenista sueco también fue en eso un pionero: por primera vez, las piernas tenían en este juego tanta importancia como los brazos.
Y otra novedad final, que esto está saliendo muy largo (se ve que me emociono) y lo voy a despiezar. Borg fue el primer tenista que llevó la publicidad a las canchas. Trajo una marca nueva de raquetas (Donnay: todos queríamos tener una y abandonamos a la fiel Dunlop Maxply ¡Mea culpa!) y de pelotas (Penn, que todavía siguen por ahí), llenó de adolescentes las pistas (sobre todo en Wimbledon, donde le arrojaban ¡sujetadores! las más exaltadas, para felicidad de los tabloides ingleses) y arruinó a muchos barberos: su melena era lo más fácil de imitar que teníamos a nuestro alcance. Mañana continuamos.


P.D. Siendo unos pipiolos, por Logroño llegó Pedro Masip, entonces el mayor gurú del tenis español. Un sesentón encantador, que impartió un clinic masivo en Cantabria, comió en el bar de las piscinas y por la tarde cumplió su promesa de proyectarnos una película “con los mejores tenistas del mundo”. Borg, Borg, pensábamos. Así que se puede imaginar nuestra decepción cuando apostó en el salón social su proyector de super8 para reclamar una sábana como pantalla y deleitarnos con las leyendas… del tenis australiano. Laver, Roche, Newcombe nos parecieron reliquias, a pesar de que uno de ellos, Ken Rosewall, había llegado a la final de Londres el año anterior frisando los 40 años. “Ahí va el mejor revés del mundo” nos alertaba cuando veíamos al tenista aussie ejecutar un golpe con mucho estilo, sí, pero que representaba una caricia para Connors, su verdugo en 1974. No entendíamos nada. Así que alguno nos acercamos hasta él cuando recogía sus cosas y le preguntamos si no tenía alguna película de Borg y su revés a dos manos. “¿Borg? Pero si el revés a dos manos lo inventó Pancho Segura. Ese chico no tiene futuro, ya lo veréis”. En aquel tiempo se respetaba la palabra de una persona mayor y en honor de don Pedro debo decir que yo me lo creí con tanta fe que luego no podía evitar una sonrisa cada vez que, a partir de aquella tarde, Borg atrapó un Grand Slam.

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