Muchas veces la gente tiene una idea un tanto equivocada de lo que es vivir en la calle…
Simplemente no lo piensan detenidamente, no pasa por su imaginación, y de esta forma pueden seguir viviendo en su vida de fortuna, sin atenazar su corazón, sin caer en la trampa de la empatía hacia aquellos sobre quienes la estrella de la suerte no calló cuando nacieron…
La dura vida de las calles es un fuego que consume el alma y la dignidad y destroza los sueños… Tan sólo deja rescoldos de una vida que nació plena de dones, ejemplo de la maravilla evolutiva que adorna, todavía, los rincones de este planeta, para todo aquél que quiera verla… y sentirla. Y aquellos que logran sobrevivir al infierno de la calle, terminan enfermos y solos, como reflejos eternos de las lágrimas de Dios que llora sobre la Tierra.
Pero a veces un rayo de esperanza se cuela y el silencio se hace calle… un ángel pasa y entonces la vida comienza de nuevo…
Como en el caso de GOR… una historia conmovedora (podeis seguir aquí) de labios de su ángel Natalia (natachakkira@hotmail.com) que busca con apremio un hogar para él…
Me había propuesto no mirar. Una propuesta firme: no puedo permitirme pasarlo tan mal. Aún no tengo casas de acogida para los que ya hemos sacado de la calle.
Vi a Gor. No quise hacerlo. Llovía y estaba bajo un coche, suplicando comida a los balcones cercanos. Estaba empapado, parecía no importarle, no ya.
Tras la mirada… el dolor
Me miró. No quería que lo hiciera, pero me miró. No quise mirarle, no quise responder a su maullido, me hablaba. Siempre me hablan. Le puse comida y me fui, sin mirarle.
Ayer encontré una excusa, no importa cual. Salí ”de paseo” con pienso, carne, agua… sin intención ninguna de encontrarlo, claro. Le encontré nada más llegar. Tiene por lo menos dos patitas destrozadas, está cojito. Casi no le quedan orejas. Su carita está llena de cicatrices. Su nariz, sus ojitos, heridos.
Nos acercamos el uno al otro, así, sin más. Me miró de nuevo, y me habló. Su maullido es doloroso: sufre. Le puse comida, y la devoró, sin dejar de llorar.
Un vecino, me contó su historia: apareció un día en el vecindario, dócil, mimosote, probablemente abandonado. Buscaba las caricias humanas, el contacto, el cariño.
A este vecino le daba pena, y le daba algo de comer y le acariciaba… hasta que el pobre Gor, en los fríos inviernos, se colaba en su panadería para resguardarse de la lluvia, de la nieve, de las heladas. El panadero, por miedo a una inspección de sanidad, dejó de acariciarlo, para que no “cogiera confianza”.
Gor, sobrevivió a una y mil peleas callejeras, de ahí sus heridas. Dice, el panadero, que lo que tiene ahora no es nada, comparado con cómo lo ha visto demasiadas veces: absolutamente ensangrentado y herido.
Una vez incluso, intentó capturarlo, para llevarlo al veterinario y dormirlo, una especie de eutanasia, para acabar con su dolor.
Este es Gor. Y esta su mirada. Esa, que no puedo mantener.
A Gor, la vida dura de la calle ha golpeado con fuerza en su cuerpecito… pero más en su esperanza y en su corazón, puro e inocente, cómo sólo los hijos sin habla de la naturaleza, pueden serlo… ¿Todavía alguien puede pensar que los animales en este entorno hostil, extraño para ellos, extraño para la naturaleza, ensordecedor para sus finísimos oídos, en las calles de asfalto, sin agua, con enfermedades, rodeados de seres sin escrúpulos, egoístas y sin alma, pueden valerse bien y buscarse la vida ?
Así es como terminan… como Gor… o peor, porque hasta el infierno tiene grados…
Contacto Natalia natachakkira@hotmail.com