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Rosa Roldán

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Cuando no entendemos su lenguaje

Es frecuente ver a personas corregir a su perro cuando empieza a gruñir ante algún estímulo que le asusta o pone nervioso. Es más frecuente, cuando un desconocido se abalanza sobre el perro con intención de acariciarlo (el perro no sabe que solo lo quieren acariciar y lo puede interpretar como una agresión).

Antes de empezar a gruñir, habrá lanzado decenas de sutiles señales de alarma como girar la cabeza, encogerse, lamerse los labios o, incluso, tumbarse boca arriba en un intento desesperado de finalizar la situación. Entre perros funciona pero, los humanos no estamos acostumbrados a interpretar este tipo de lenguaje y muchos confunden el tumbarse boca arriba con el deseo del perro de ser rascado en la barriga, cuando en realidad trata de trasmitir otro mensaje totalmente diferente: que lo dejen en paz. Entre perros normales es fácil observar cuando uno se pone boca arriba, el otro se aleja del lugar, dando por finalizada la situación.

Cuando se regaña o castiga a un perro por mostrar una conducta que nos parece inadecuada frente a algo que no le gusta o le da miedo, por ejemplo cuando gruñe ante la presencia de un niño u otro animal, podemos estar generando un conflicto, si no entendemos el proceso de aprendizaje que siguen los perros.
Mientras para nosotros, lo lógico es asociar el castigo a la acción cometida, de manera que aprendemos a dejar de repetir esa acción ante el temor de un castigo, los animales funcionan de otra manera.

El animal asocia el castigo, al estímulo que no le gusta, ya sea el niño o el otro perro del ejemplo, de manera que aumenta el rechazo y/o el miedo que sentía en el primer momento. La conducta realizada ya sea enseñar dientes, gruñir o, incluso llegar a morder, se perpetua en aquella fase que le funciona al animal, es decir, aquella en la que el estímulo aversivo se aleja. Si no funciona enseñar los dientes, gruñirá, si no le funciona gruñir para alejar esa presencia, morderá, todo ello independientemente de correcciones y castigos y, “aprenderá” a quedarse con aquella conducta que le ha funcionado y ha hecho desaparecer aquello que le era incómodo. Es como una escalera de emociones en la que va avanzando hasta dar con el escalón que le reporta el beneficio que busca que es dar por terminada la situación que no le gusta. Por tanto, es habitual que un perro demasiadas veces corregido por gruñir sin poder alejar la causa que le genera aversión, pase a morder inhibiendo las señales de aviso.

Para corregir esta situación, es importante en primer lugar descartar con el veterinario, problemas de dolor o cualquier patología que provoque que el animal esté especialmente sensible con el entorno. Si físicamente está bien, el siguiente paso importante es entender el proceso de aprendizaje que siguen los perros, olvidarnos de castigos y empezar por respetar y hacer respetar el espacio crítico del animal enseñándole progresivamente a enfrentarse con éxito a situaciones que, en un inicio parecían insuperables para él.

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