Que un perro gruña en una situación determinada, no quiere decir que necesariamente sea agresivo pero sí que debemos extremar las medidas de protección hacia el perro y hacia el resto de seres vivos. En la mayor parte de los casos, el perro ofrece una forma muy gráfica para mostrar su desagrado ante ese estímulo y nos da la oportunidad de “intervenir” a su favor, retirándonos si hace falta.
Es frecuente ver a personas corregir a su perro cuando empieza a gruñir ante algún estímulo que le asusta o pone nervioso. Puede suceder cuando un desconocido se abalanza sobre el perro, con intención de acariciarlo (el perro no sabe que solo lo quieren acariciar y lo puede interpretar como una agresión, sobre todo si es un animal miedoso).
Antes de empezar a gruñir, habrá lanzado decenas de sutiles señales de alarma como girar la cabeza, encogerse, lamerse los labios o, incluso, tumbarse boca arriba en un intento desesperado de finalizar la situación. Entre perros funciona pero, los humanos no estamos acostumbrados a interpretar este tipo de lenguaje y muchos confunden el tumbarse boca arriba con el deseo del perro de ser rascado en la barriga, cuando en realidad trata de trasmitir otro mensaje totalmente diferente: que lo dejen en paz. Entre perros normales es fácil observar cuando uno se pone boca arriba, el otro se aleja del lugar, dando por finalizada la situación.
Cuando se regaña o castiga a un perro por mostrar una conducta que nos parece inadecuada frente a algo que no le gusta o le da miedo, por ejemplo cuando gruñe ante la presencia de una persona u otro animal, podemos estar generando un conflicto, si no entendemos el proceso de aprendizaje que siguen los perros.
Mientras para nosotros, lo lógico es asociar el castigo a la acción cometida, de manera que aprendemos a dejar de repetir esa acción ante el temor de un castigo, los animales funcionan de otra manera.
Es como una escalera de emociones en la que va avanzando hasta dar con el escalón que le reporta el beneficio que busca que es dar por terminada la situación que no le gusta. Por tanto, es habitual que un perro demasiadas veces corregido por gruñir sin poder alejar la causa que le genera aversión, pase a morder inhibiendo las señales de aviso.