Este es un tema que, demasiadas veces pasa desapercibido pero que me gusta trabajar con cada persona que llega a las clases por primera vez con su perro, pero también antes de cada sesión como una forma de “calentar”, prepararnos y preparar al animal antes de entrar en acción.
Olvidamos empezar de forma amable, centrando la atención del que tienes enfrente (en este caso el perro) en nosotros. Porque si nos despojamos de todo lo demás (chucherías, comida, juguetes….) solo queda nuestra persona, la relación (buena o menos buena que hayamos logrado forjar con nuestro perro) y el poder de la mirada y de todo lo que implica…. No cuesta nada “avisar” al animal de que vamos a hacer algo juntos. Una sencilla palabra (“¿preparado?”) basta para ponerlo en antecedentes
Y sobre todo, focalizar la mirada…. Porque la mirada es una de las conductas que más debemos reforzar en nuestro perro. Un perro que no nos mira, difícilmente va a atender nuestras peticiones pues cualquier cosa es mucho más llamativa que nosotros….
No es difícil pero requiere de práctica y, cuando nos convertimos en el foco de atención de nuestro perro… empieza la magia.
Seguro que, llegados a este punto, también te habrás fijado en que tu perro sonríe cuando está feliz… Si la relación es buena, se mostrará relajado, atento, centrado y trabajará a nuestro lado, durante más tiempo.
Diversos estudios demuestran que, los perros, cuentan con las mismas estructuras y hormonas, experimentan los mismos cambios químicos que nosotros (aunque en un estado de madurez temprano), y son capaces de sentir las mismas emociones básicas que un niño de dos años como afecto, felicidad, tristeza, miedo, sorpresa, timidez, desconfianza, aversión, alegría, angustia, excitación… pero no pueden procesar emociones sociales más complejas como el orgullo o la vergüenza.
Y tu perro…. ¿Te mira, se queda contigo y también sonríe?