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Ojo con los daños colaterales

Cuanto más hablan, peor; cuanto menos dialogan, más se aleja la cordura. El roce vasco-riojano (me niego a hablar de guerra) a cuenta de la atención/desatención sanitaria a los del otro lado de la muga (frontera) se ha convertido en un rico muestrario de despropósitos, en el que el socorrido recurso al “Y tú más” se transforma en un estéril y peligroso intercambio de golpes, por cierto casi todos demasiado bajos y nada deportivos.

Gestos groseros, ruines acusaciones de insolidaridad, desplantes irresponsables, amenazas indecentes… Las discrepancias en el diagnóstico impiden, de momento, elegir el tratamiento adecuado después de tres meses de pruebas, tomas de muestra y analíticas. Mientras, el rasguño se ha convertido en una herida sangrante en la que el riesgo de infección amenaza con necrosar las relaciones de unos vecinos condenados (y deseosos) a entenderse.

Convencidos todos de que en caso de urgencia no hay que perder ni un segundo y que la atención médica y humanitaria debe ser de obligado y rápido cumplimiento, tampoco deberían quedar hoy dudas de que el resto (tratamientos especializados, citas previas y operaciones programadas) se tienen que realizar en la comunidad autónoma de cada paciente (los de Laguardia a Vitoria; los de Haro a Logroño; los de Miranda a Burgos; y, evidentemente, los de Castro, aunque sean bilbaínos, a Santander) o derivarse al hospital más cercano, previo acuerdo entre las administraciones del precio y el modo de pago: en metálico, en cheque, en especias, en carne o en pescado.

Pero no. Han optado por el portazo y la venganza. Desde La Rioja, el presidente regional, Pedro Sanz, se ha negado a contar hasta diez, pero en alto para que se enterara todo el país de lo que pasaba y lo que reclamaba, y ha tirado por la calle del medio, la más empinada, bacheada y ruidosa. Mientras, el Gobierno de Vitoria, por boca de su consejero de Salud, Rafael Bengoa, admite que no le apetece nada rascarse la cartera y recurre a la vieja estrategia nacionalista del victimismo y, lo que es peor, a la mentira o a las medias verdades al poner sobre la mesa el número de operaciones de órganos donados por altruistas vascos que han acabado en el interior de los cuerpos de decenas de riojanos, ocultando que eso sí esta redactado, rubricado y tasado económicamente en un convenio nacional.

Y para rematar el fracaso negociador los adversarios reclaman ahora el arbitraje de Mariano Rajoy, como si el futuro inquilino de La Moncloa no tuviese ya bastantes pitos que tocar. Es de esperar que una vez que se vista de corto, el mandatario gallego zanje la jugada con tarjeta amarilla para ambos, como ya hizo el Ministerio de Sanidad en funciones, que, tras previa advertencia verbal a ambos capitanes, optó por el bote neutral de la recomendación de alcanzar el acuerdo.

Pero a estas alturas del partido, el peligro sigue ahí porque la gran tragedia de toda contienda bélica (ahora sí me apetece, lo siento, me he calentado), da igual que la batalla sea entre militares o políticos, es que la verdadera víctima, quien paga la gruesa factura de los denominados daños colaterales, es la población civil. Por eso, a la espera de que sellen la paz, al resto de mortales sólo nos queda desear que no haya que lamentarse de verdad y que además del sudor por el bochornoso espectáculo, esto le cueste a alguna familia -da igual que sea vasca o riojana- sangre y lágrimas.

De todo un poco, pero bien batido.

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diciembre 2011
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