Hace unos días, un amigo de la infancia que vive en Madrid, el Negro, me llamó preocupado. «¿He leído en el Marca que juegan dos Logroñés en Las Gaunas? ¡No entiendo nada! ¿Qué pasó con el Logroñés de toda la vida?», me preguntó incrédulo, al tiempo que me recordó alguna aventurilla que ambos vivimos en el viejo estadio de la calle Club Deportivo, cuando la afición reclamaba a gritos la dimisión de Marco Antonio Boronat. Desde entonces –le contesté– todo fue en picada hacia abajo. Pasé de relatarle los sinvergüenzas que pasaron por la dirigencia del club con un único objetivo: llevarse el dinero sin importarle nada más; también obvié narrarle las desventuras de un equipo que en el campo hacía lo posible alcanzar lo imposible, y que cada vez que daba un paso hacia adelante le empujaban tres hacia atrás.
Traté de todas formas de explicarle a mi amigo, que conserva con cariño una camiseta blanquirroja que le regalé por aquel entonces con la leyenda de ‘La Rioja Calidad’, que todo se había ido al garete, que aparecieron en estos años varias alternativas para traer el fútbol a La Rioja pero que nada cuajó, y que en la actualidad había dos equipos en una ciudad de menos de 150.000 habitantes que luchaban por ascender a Segunda sin ser capaces de ponerse de acuerdo en absolutamente nada, aunque los dos dicen llamarse Logroñés y visten de la misma manera.
De pronto, me quedé sin poder seguir explicando algo que ni siquiera yo entiendo. Y le dije: «Negro, la próxima vez que vengas a Logroño te voy a llevar a un partido del Naturhouse. Porque mientras más intento entender el fútbol en esta ciudad, más me gusta el balonmano».
(Columna publicada en Diario La Rioja, el martes 4 de septiembre del 2012)