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Ocho apellidos riojanos

Morgabín, al estilo de la peli

Idolatrado prócer. Animado por los adulatorios comentarios de cuantos seres queridos me rodean, intrigado por el título de la película, casi obligado porque la visita al cine parecía inexcusable, acabé acudiendo al Moderno para disfrutar de la comedia bautizada como ‘Ocho apellidos vascos’. Antes de decidirme, te confieso que dudaba. ¿Una película que ironiza sobre ETA y alrededores? ¿Reírme a cuenta de tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta sinvergonzonería? Me resistía a sumarme al coro de quienes sostienen que, en fin, no es para tanto. Total, sólo unos cuantos miles de muertos, amenazados, extorsionados, secuestrados. Para troncharse. La monda lironda.

Si finalmente acepté convertirme en espectador de la peli fue movido por un par de poderosas razones: la primera, que leí a la actual jefa del PP de la región vecina unas declaraciones favorables a la mentada cinta. Y pensé: si aquellas potenciales víctimas del entorno terrorista ven con buenos ojos reírse de los tópicos que rodean a ese mundillo, me dejan sin coartada. Aunque la razón básica fue otra: lo decisivo fue leer en el diario proetarra que a su crítico de cine ¡¡¡la película no le había gustado!!! Nada. No le había gustado nada. Le parecía antivasca, proespañola. Así que fuera cautelas: me voy al cine.

Mientras me acomodaba en mi butaca, iba calibrando la rara naturaleza del humor, la sustancia revolucionaria y catárquica de la risa. Cavilaba sobre cómo florecen los momentos cómicos en las horas más trágicas de nuestras vidas, cómo en realidad comedia y drama conviven entre nosotros con tanta naturalidad que uno pasa de un estado a otro sin enterarse. Y en el debate que sostenía conmigo mismo, sobre la pertinencia de una película de tales características, me preguntaba si banalizar el criminal desafío que soportamos desde hace demasiado frente a los nazis etarras no era contribuir a manchar el honor de sus víctimas.

En mi defensa, convoqué el testimonio de dos voces muy autorizadas, cineastas ambos. El primero, nuestro paisano Rafael Azcona, para quien la diferencia entre drama y comedia radica en el punto de vista: comedia es si le pasa a los demás; drama, si te pasa a ti. Otro guionista de postín, el neoyorquino Woody Allen, opina que comedia es igual a drama más tiempo. Es decir: los hechos que hoy desatan nuestras lágrimas puede que con el discurrir de los años nos hagan llorar, sí, pero de risa.

Así que me relajé en el asiento, fantaseando sobre el título de la película. Esos ocho apellidos que el imaginario vasco equipara con la pureza, idea propia de quienes rechazan contaminarse por las maléficas influencias que llegan de más allá del Ebro. Y concluía que tal vez en esa falta de gallardía para aceptar al otro reside gran parte del llamado conflicto vasco, expresión que siempre me ha repugnado. Ese barullo sobre el Rh positivo, el ADN misterioso, el linaje de Aitor. Una aberrante visión de la realidad según la doctrina fundacional del vasquismo, cuyo líder Sabino Arana, acabada muestra de xenófobo y clasista, invitaba a pensar en uno mismo como ser superior si poesías los ocho apellidos dichosos.

Que por cierto según el INE son éstos, los ocho más comunes entre vascos: González, Fernández, Rodríguez, García, Pérez, López, Martínez y Sánchez. Y estos otros ocho, los más extendidos en La Rioja: Martínez, García, Fernández, Pérez, Jiménez, González, Ruiz y López. Saca tu propia conclusión. La mía es sencilla: no somos tan diferentes. Aunque si te empeñas en parecerlo, lo acabas logrando.

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